En conmemoración del 50 aniversario del fallecimiento de Vicente Lombardo Toledano, reproducimos su discurso “EL CAMINO ESTÁ A LA IZQUIERDA” que pronunció el 23 de julio de 1932 en el Frontón Nacional de la Ciudad de México.1
Al aceptar la invitación que me hizo el Comité Ejecutivo de la Unión Linotipográfica de la República Mexicana, para que comentara ante ustedes y de un modo público el convenio celebrado con la empresa del periódico Excélsior, que dio fin a la huelga decretada en contra de esa misma negociación, no tengo el propósito de hacer ninguna censura a lo realizado por algunos de los compañeros de la Alianza de Artes Gráficas, porque, en primer lugar, no tengo derecho para ello, y porque la censura a los trabajadores debe hacerse dentro de las mismas asociaciones que ellos forman y por quienes tienen derecho a exigir responsabilidades. Tampoco vengo a disertar con la presunción del que pretende dar cátedra. Hablar de derecho industrial o de derecho obrero ante los trabajadores de mi país, no equivale, para mí, a explicar ante mis discípulos en la Facultad de Derecho, cuál es la significación de las normas jurídicas que rigen en nuestra nación las relaciones entre el capital y el trabajo. Existe una diferencia, porque disertar sobre derecho industrial ante estudiantes, es darles por lo menos a conocer una realidad que ellos ignoran. En cambio, hablar de derecho obrero ante los trabajadores que lo están organizando y formando todos los días, ante los verdaderos autores, materiales e intelectuales, de las normas jurídicas que rigen el capital y el trabajo en México; hablar sobre esa materia en el tono de la cátedra, sería de mi parte una presunción inexplicable e injustificada.
Agradezco profundamente, al compañero Gracidas, a todos los miembros del Comité de la Unión y a todos los camaradas de Artes Gráficas, la invitación que se me ha hecho; y a Gracidas especialmente los elogios inmerecidos que acaba de hacer de mi persona. Pero no vengo aquí como maestro, no vengo tampoco como catedrático, vengo sólo como un luchador, como un miembro del proletariado mexicano, a hacer consideraciones al margen del convenio con el cual concluyó la huelga de Excélsior, porque la situación que vive nuestro país en estos momentos es tan interesante para los trabajadores y para todos los hombres que valorizan día a día el proceso de la Revolución Mexicana que vale la pena reunirse, no una vez, sino muchas veces y en público, para debatir como miembros de un país libre, como hombres libres de una nación que respeta el derecho más grande del hombre que es la expresión de la palabra, la situación por la que atraviesa la nación y el derrotero que debe seguir el proletariado organizado frente a la crisis.
Dicho lo anterior, quiero situar, desde luego, la condición del proletariado mexicano con relación a la del proletariado internacional para después referirme concretamente a las características del desenvolvimiento político y social de México en los últimos años.
DECADENCIA DEL RÉGIMEN CAPITALISTA
Aun para los hombres que observan de un modo superficial la situación del mundo, es un hecho indiscutible que el régimen social que surgió en el siglo pasado y que llegó a su apogeo antes de comenzar la Guerra de 1917, es un sistema social que está en decadencia. Es inútil que pretendamos alargarle la vida o suponer que tiene todavía vigor por muchos años el régimen capitalista. Muchos signos elocuentes de descomposición, tanto en el orden político cuanto en el económico y en el moral, nos demuestran que es un régimen caduco, que está dejando su lugar en la historia a un sistema nuevo, gracias a un proceso de inadaptación sociológica, en la misma forma que muchas especies zoológicas han desaparecido en el curso de la historia del planeta porque cambiando las condiciones geográficas, las condiciones físicas del medio, tales especies no pudieron sobrevivir. Y de la misma suerte que surgen en el mundo y desaparecen las especies animales y vegetales, surgen en la historia y desaparecen de ella las especies sociales, los organismos humanos, las sociedades, los regímenes de la vida pública, cumpliendo un ciclo, un periodo vital, para dejar su sitio a otros sistemas de la vida colectiva.
SERVICIOS PRESTADOS POR EL CAPITALISMO
El régimen capitalista cumplió una gran misión que nosotros, principalmente los trabajadores, debemos agradecer profundamente. Sustentado ideológicamente en la doctrina de la libertad económica, de la libertad de comercio, de la libertad de trabajo, de la libertad de la industria, de la libertad de la conducta dedicada a la producción; y en el terreno político en la libertad del individuo, como base y objeto de las instituciones sociales, pudo en muy poco tiempo organizar métodos y crear elementos mecánicos con el fin de comunicar a los hombres entre sí y transformar la industria medieval, exigua, de industria a domicilio, en gran industria. Gracias, pues, a los medios técnicos de la producción y a la fácil comunicación de los pueblos, presididos y cobijados por un ambiente de libertad sin cortapisas, pudieron las naciones acercarse más de lo que estaban, conocerse íntimamente; los hombres, traspasar las fronteras con rapidez; el pensamiento, surcar las distancias más grandes, y el conjunto de la especie humana, convertirse en una sociedad homogénea, aun en sus luchas tradicionales y específicas, que tienden para los que las realizan a vencer el destino de la fatalidad.
Esta nueva faz del mundo reunió a los trabajadores en grupos numerosos bajo el mismo techo, al crear las fábricas hizo nacer en ellos un espíritu de clase que no poseían y provocó el advenimiento de la organización internacional de los asalariados. El régimen capitalista es, en consecuencia, en cierto sentido, la causa del proletariado como factor social y la causa de la organización obrera.
CAUSAS DE LA RUINA DEL RÉGIMEN
Pero independientemente de este servicio prestado a los humildes; independientemente del servicio que las máquinas aplicadas a la propaganda de las ideas humanas, por conducto de las artes gráficas —del libro, de la prensa— han hecho a la cultura, no sólo la misma clase trabajadora, sino la humanidad entera, han tenido que reprochar a los directores de ese régimen social el haber utilizado las condiciones creadas por el proceso histórico, para organizar, para constituir, una casta de privilegiados que, concentrando cada día más el capital, fruto del esfuerzo de las masas trabajadoras, y depositándolo en unas cuantas manos, se convirtió en dueña del mundo. Este proceso de concentración de los capitales, para beneficio de un corto número, de aprovechamiento, del esfuerzo de la humanidad misma; este afán de disfrute exclusivo de una minoría que caracteriza al régimen burgués, ha sido la causa de su ruina; el proletariado, hijo del régimen, lo ha delatado, ha descubierto sus llagas incurables, lo ha combatido como sistema de injusticia y ha propuesto su sustitución por otro más honesto y más humano.
que el año de 1914 señala la apoteosis del régimen burgués. En efecto, esa fecha marcó el punto culminante del movimiento de ascenso del capitalismo. Hasta entonces, los ataques del socialismo organizado, los ataques del proletariado mundial en contra de la burguesía, fuera de las filas obreras tenían pocos adeptos. Se creía que si era verdad en parte, que si era justificada en cierto sentido la censura de las masas de asalariados en contra del régimen, este hecho no merecía la reprobación sistemática de que era víctima, porque había construido mucho y, sobre todo, porque moralmente no era un sistema que negara en principio las aspiraciones justas y legítimas del género humano.
Pero la guerra no sólo comprobó que la arenga, que la protesta, que la censura socialista, que el llamamiento elocuente de la clase trabajadora a la conciencia de todos los hombres libres del mundo era justificada, sino que demostró a los mismos partidarios indecisos del capitalismo que si en el campo económico la injusticia era un hecho, en el campo espiritual el régimen se había convertido o había provocado una verdadera catástrofe. ¿Quién, después del Tratado de Versalles, que haya tenido una identidad como hombre libre, ha defendido al régimen capitalista? La guerra, como se sabe, no es más que una movilización violenta, un desplazamiento violento de hombres, es decir, un desplazamiento violento del capital que se arroja sobre un mercado que no controla. ¿Quién, después del Tratado de Paz, ha aplaudido o se ha atrevido a sostener el régimen capitalista como bueno? Nadie, absolutamente ningún hombre que sienta en sí mismo la dignidad de la especie humana. Al contrario, la guerra produjo una reacción espiritual tan profunda, conmovió tanto los espíritus, provocó un asco tal en los que ya el régimen, que una literatura copiosa que no cesa, sino que va en aumento, a medida que se ha tenido tiempo para pensar en lo espantoso del conflicto, demuestra que de todos los círculos sociales, de todos los rincones de la Tierra, de todas las tribunas y en todos los países, el grito castigando de una manera implacable al régimen capitalista ha dejado de ser la queja y la admonición de una sola clase social para transformarse en protesta airada del hombre mismo.
NO DEBEMOS PERDER DE VISTA EL CONJUNTO
Tales son las características, principalmente morales, que tiene el periodo que nos ha tocado en suerte vivir. Si nosotros, los miembros de la organización obrera, constituida principalmente para transformar el régimen burgués, no tenemos presente en todos los momentos de nuestra lucha el objetivo, el propósito para el cual nacimos; y si además, olvidamos cuál es el panorama de la Tierra dentro del cual nosotros constituimos un punto, actuaríamos como sonámbulos, lucharíamos alejados de la realidad. Cuando hacemos consideraciones de carácter abstracto, cuando meditamos en los problemas de la hora, cuando analizamos el proceso histórico de Europa, de los Estados Unidos, de la América Latina y del Oriente, no estamos haciendo disertaciones inútiles, disertaciones pueriles, discursos estériles de mitin o conferencias de cátedra; estamos respondiendo a nuestra finalidad, estamos actuando como hombres responsables de la suerte de las masas organizadas para un propósito bien claro. Perder, pues, de vista el panorama general del mundo, olvidarnos de que somos composición del paisaje —si se quiere tomar espectacularmente el proceso histórico—; olvidar que somos parte del rebaño —si se quiere aceptar el vivir de las sociedades humanas como el paso de las muchedumbres a través del tiempo y del espacio—; olvidar que somos actores y no sólo jueces de lo que acontece en el mundo —adoptando una posición más de acuerdo con la realidad— equivaldría a perder la base de nuestra conducta y, al mismo tiempo, el método indicado por la experiencia y por la ciencia, para poder valorizar nuestros propios actos por pequeños que parezcan.
LA REVOLUCIÓN MEXICANA, SU ORIGEN
Y pasando de lo que el mundo es, como aspecto, como panorama, o como ser que vive para propósitos definidos, al estudio de los problemas de nuestro país, ¿qué hallamos en él? ¿Cuáles son las características de nuestro momento? ¿Cuál es la fisonomía de la Revolución Mexicana? ¿Cuál es la balanza que podemos hacer de la situación? Nos interesa a los trabajadores mexicanos organizados hacer este análisis, no sólo porque la realidad mexicana somos sustancialmente nosotros, no sólo porque es nuestro propio hogar el que quizá esté en peligro, sino porque conocida o recordada la situación internacional, tendremos la posibilidad de conducirnos con mayor éxito.
México inició en 1910 una revolución con el objeto de derrocar un régimen político, social, económico y moral que había prevalecido por más de treinta años. En un principio, cuando se oyeron las voces románticas, generosas, suicidas si se quiere, pero limpias y conmovedoras de los precursores del movimiento, allá en el norte, en la frontera con los Estados Unidos, las voces de Ricardo Flores Magón, de Gutiérrez, de Lara y de otros muchos luchadores como éstos cuyos nombres acabo de pronunciar para hacer, en esta asamblea, un homenaje a su recuerdo; cuando además de estas voces autorizadas surgieron en otras regiones del país grupos de hombres armados, que merecieron inmediatamente del gobierno y de la prensa de la época, el mote de ‘bandidos”, porque carecían de tribuna y hasta de posibilidad fisiológica para poder expresar su pensamiento; cuando, al mismo tiempo, se manifestaba la inconformidad con el régimen, de un grupo muy pequeño de intelectuales en la Ciudad de México, tratando de transformar la ideología imperante en los centros más altos de cultura; no sabía el pueblo como masa, como fuerza poseedora de un solo espíritu, qué se quería en concreto con la Revolución. Nuestro movimiento, a diferencia de la Revolución Francesa, a diferencia de la Revolución Rusa, que fueron movimientos organizados, presididos y guiados por intelectuales de gran capacidad, de una excepcional capacidad, fue una acción unánime, vigorosa, pero carente de rumbo preciso. Los grupos pedían lo que necesitaban de inmediato: unos, tierras; otros, mayores salarios; un sector, el de la opinión de más ilustración en el país, libertad cívica, respeto al sufragio, libertad de palabra, libertad de acción. Los lemas se entrecruzaron en los combates; los programas truncos surgieron de todos los pechos en todos los instantes, en todos los momentos de acción, de disputa, de controversia, sin un plan coordinado pero obedeciendo a un sentimiento único de inconformidad con lo pasado. Así se fue organizando la Revolución hasta el momento en que ésta adquirió, gracias al empuje de la clase trabajadora, la característica de un juicio en contra del régimen porfirista y de una valoración del futuro, en el que la clase oprimida habría de ocupa r el primer sitio en la economía del país y en la estimación social.
EL SENTIDO SOCIAL DE LA REVOLUCIÓN
El pacto firmado por la Casa del Obrero Mundial con don Venustiano Carranza, Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, es el documento que explicará a la posteridad el meollo de la Revolución Mexicana, su sentido profundo, su sentido de la tierra, como diría Nietzsche. Mientras no alcanzó esta expresión social, la Revolución no tuvo trascendencia. Reformar regímenes políticos para el fin de cambiar la técnica de alcanzar los puestos públicos es acometer transformaciones que tienen importancia, como todo paso hacia adelante, que llegan a adquirir el influjo de las transformaciones que significan una subversión total de los regímenes de la vida económica, de los sistemas de la producción material.
Por eso deda que ese famoso pacto, olvidado por muchos y descœ nocido por la mayoría, es el documento que da carácter, que da aspecto teleológico a la Revolución Mexicana. ¿Por qué? Porque en él se expresa de una manera clara, terminante, el deseo de las masas trabajadoras de transformar de raíz el pasado.
La tierra debe ser una institución pública; la tierra no puede ser privilegio de nadie; la tierra debe ser una función sœial. La industria no debe ser profesión libre; la industria debe tender a realizar un beneficio colectivo. Estas ideas centrales del pacto con Carranza, no expresadas en la forma de definición que acabo de emplear, pero contenidas implícitamente en el documento, fueron objeto de una propaganda intensa desde la tribuna de la Casa del Obrero Mundial. Todo el mundo sabe en México que desde los primeros años en que el movimiento obrero se organizó no había un solo miembro de un sindicato, por humilde que fuera, que no supiera bien la doctrina socialista y que no pudiera analizar cualquier momento el valor de los acontecimientos del día. La organización obrera presentaba entonces el aspecto de un ejército integrado por generales, y lo era en realidad, porque todos sus miembros fueron líderes de sí mismos antes que líderes de masas futuras. Cada obrero fue entonces un maestro de la utopía del mañana y un constructor del porvenir. En esas condiciones, no había dudas: los principios eran firmes y la táctica de lucha, clara. ¿Cuál fue esa ideología, cuál fue esa táctica? La ideología fue la aceptación de un régimen social injusto, mejor dicho, la ideol%ía se basaba en el reconocimiento de la injusticia social imperante. Conclusión de este primer postulado: la sustitución del régimen burgués por el régimen socialista. Táctica a emplear: la lucha de clases, la oposición de la clase obrera organizada frente a la clase tesis todavía es, por fortuna, la declaración de principios de las más importantes agrupaciones obreras del país; las constituciones de las asociaciones de sindicatos en México, comienzan con ella. Y consecuentes con la tesis, el principio de la inteligencia internacional de los trabajadores para obrar de consuno en el advenimiento de la nueva vida.
Y mientras esto ocurría con la clase obrera, el proceso de transformación del porfirismo seguía su curso. el ejército porfirista; se organizó por los mismos que habían empuñado las armas un nuevo ejército revolucionario, de hombres oscuros en su mayoría, con algunos elementos de valor, pero sin experiencia política y con deseos, aparentes al menos, de transformar la situación. Estos y otros más fueron ocupando los puestos de dirección y de responsabilidad pública.
LOS HOMBRES DE LA REVOLUCIÓN MENOSPRECIARON EL CONCURSO DEL PROLETARIADO
Durante muchos años la clase obrera no quiso intervenir en la lucha política. de lo que era en el mundo el Estado burgués, desconfiada respecto de lo que puede hacerse desde el gobierno de una nación mientras no se transforme la nación misma en cuanto a sus métodos de trabajo y de conducta, la clase obrera, sin sospechar de los hombres salidos de la Revolución, sospechaba del éxito de esos hombres, porque veía que la estructura del Estado permanecía intacta, que estaba completa la estructura capitalista, y se abstuvo, no quiso intervenir en la política, no quiso compartir los puestos de responsabilidad. Sin embargo, esperaba que los hombres salidos de la Revolución realizaran algún día próximo el propósito intrínseco del movimiento iniciado en 1910. Quería que el sentimiento humanístico que había lanzado a las masas a la lucha se elevara a la categoría de preceptos obligatorios, de normas públicas, de leyes; esperaba que los revolucionarios realizaran la Revolución; que la tesis socialista fuera hecho y no palabra, que el sacrificio floreciera en una organización social nueva y fecunda.
Pero la clase obrera se equivocó. Se empezaron a dar tierras, sí; se empezaron a dictar algunas leyes de protección para los trabajadores, pero hasta ahí nada más. El régimen mismo, el sistema de la vida pública permanecía igual. Entonces un sector de la clase obrera, la CROM, el núcleo más importante del proletariado del país, intentó realizar el esfuerzo por su cuenta. Abandonó la teoría tradicional de la lucha sindical y estableció el principio de la acción múltiple con el propósito de llevar a sus hombres a los puestos públicos, para que ellos, poseyendo la máquina del Estado, pudiesen transformar el viejo régimen, el sistema burgués mexicano. Esa decisión de la CROM creó el Partido Laborista, el cual despertó desde un principio en los militares y en los civiles directores de la cosa pública una serie enorme de suspicacias: ¡La clase obrera mexicana se atrevía o quería gobernar! ¿Cuál era su programa? El programa político de la clase obrera mexicana era y es un programa hermético, unilateral, parcial, socialista. No ser, por tanto, un programa simpático a los ojos de los hombres que no tenían ese punto de vista porque para ellos la sociedad es algo más que la clase trabajadora. A poco andar el tiempo, empezó a levantarse en contra de ese partido de clase la ideología burguesa, la misma ideología liberal del siglo pasado: la sociedad no es sólo la clase trabajadora. Un gobierno debe ser de todos y para todos.
MÚLTIPLES CAUDILLOS Y GOBIERNOS, PERO UN SOLO RÉGIMEN BURGUÉS
No voy a referirme a las contingencias de la lucha política, a los éxitos, a las derrotas, a los fracasos sufridos por el Partido Laborista Mexicano porque esto desviaría indudablemente la atención del auditorio del punto central de mi disertación, y, además, porque me haría perder un tiempo precioso que deseo emplear, sin fatigar demasiado a los compañeros, en analizar la táctica de la lucha obrera frente a los problemas concretos del momento. Pero es necesario decir que aun en la época en que el Partido Laborista tuvo su mayor éxito, durante el gobierno del general Calles, nunca estuvo el gobierno de la República en manos de la clase obrera. Es menester declararlo especialmente ahora, porque en estos días en que se trata de señalar responsabilidades respecto del pasado, con relación a los derechos de la clase trabajadora, se lanza el ataque de que cuando los elementos obreros gobernaban en México, cuando tuvieron el gobierno en sus manos, nada hicieron por la clase trabajadora que decían representar. El régimen del general Calles fue un régimen burgués; el régimen de Carranza fue un régimen burgués; el régimen de Portes Gil fue un régimen burgués; el régimen de don Pascual Ortiz Rubio es un régimen burgués.
Todos los regímenes habidos desde 1910 hasta 1931, es decir, todos los gobiernos de México durante la Revolución han sido gobiernos burgueses. Lo mismo fue el porfirista, lo mismo fue el santanista lo mismo fue el juarista, lo mismo que lo fue la primera junta de gobierno a raíz de la consumación de la Independencia.
Nunca en México, jamás, ha habido un gobierno que no haya sido un gobierno burgués. Naturalmente que hay diferencia entre ellos, pero la diferencia no proviene de su ideología, ni de su estructura; proviene de su forma, cuando más de su intención.
Quede, pues, anotada mi observación de que jamás, en México, ha habido un gobierno socialista y de que nunca la clase obrera ha tenido en sus manos la responsabilidad de la cosa pública. Hemos participado en el gobierno a veces, sí, con el mejor deseo, con el propósito más vehemente de contribuir a la transformación del sistema capitalista, pero sin éxito. También es necesario declarar que hemos fracasado; hemos fracasado probablemente por nuestra ineficacia, probablemente por nuestra falta de preparación; hemos fracasado por muchas causas imputables a nosotros mismos, pero hemos fracasado principalmente porque los hombres de la Revolución, los hombres surgidos de ella que no mantenían el criterio unilateral, proletario, socialista. Fueron hombres que en cuanto llegaron al poder temblaron, vacilaron, dudaron, y para salvar su puesto se abrazaron a la derecha, al árbol burgués, en lugar de abrazarse al árbol de la izquierda, que era el de la causa del trabajador.
La clase obrera mexicana, independientemente de los motivos que han producido su división, sin tomar en cuenta las causas que a veces la separan, se encuentra en la actualidad frente a este problema: la Revolución se inició con dos leyes de garantías para el proletariado, la Ley Agraria y la Ley Obrera, pero no ha avanzado una pulgada después de estos dos primeros pasos. La Revolución hace mucho tiempo que está detenida, y está detenida porque no se hizo de ella un movimiento de transformación ininterrumpido. Fue un movimiento que empezó bien y que por falta de desarrollo, por falta de impulso, por falta de realización de su propósito, se fue esterilizando a sí misma cada vez más, aniquilarse.
HOY COMO HACE CIEN AÑOS
El régimen de los impuestos en México es el mismo de hace cien años: se sigue todavía gravando al productor; todas las contribuciones que se pagan en nuestro país pesan sobre el que trabaja, y este ha sido uno de los puntos de mira más importantes del movimiento obrero mundial. Uno de los primeros postulados de la bandera socialista es la transformación del sistema tributario. Mientras el trabajador, a quien se roba una parte de su esfuerzo dado el régimen actual de la producción, todavía tenga que entregar, en forma de impuesto, una parte más de lo que él mismo ha producido, demuestra que no estamos viviendo dentro de un régimen revolucionario. Los impuestos directos, en cambio, los que gravan los bienes de la comunidad, apenas se han iniciado en forma tímida, puesto que no han llegado a constituir la materia ni la conducta ni la doctrina del poder público.
No hay tampoco, no ha habido un intento por limitar las fortunas. El régimen revolucionario, el régimen socialista, condena la abundancia que existe en unos cuantos junto a la pobreza y la miseria de las masas. Este postulado es un principio viejísimo del proletariado universal y de la clase obrera mexicana y, sin embargo, ¿qué hemos hecho para limitar las fortunas en nuestro país? ¿Qué leyes, qué disposiciones, qué sistemas hemos implantado con el fin de que no se mantenga ese desequilibrio injurioso de la fortuna, de la opulencia de un pequeño grupo frente a la miseria de la mayoría? No sólo no hemos formulado leyes con impuestos severos a las herencias y a las fortunas cuantiosas que el sistema burgués engendra, sino que para las fortunas rápidamente organizadas o adquiridas no hay impedimentos. Por desgracia, aunque hay excepciones, la mayoría de los hombres surgidos de la Revolución están ricos, algunos son millonarios, en contra de la teoría y en contra de la bandera revolucionaria. Tampoco hemos hecho nada en materia de organización de la producción. Vivimos, desde el punto de vista de la producción económica, ya se tome el fruto de la tierra o el de la industria de transformación, en el mismo ambiente de anarquía que hace un siglo. Sigue imperando el criterio liberal, el criterio individualista; se sigue sosteniendo que el dedicarse al comercio, al trabajo o a la industria es un derecho del hombre, un derecho intocable del individuo y no hay cortapisas para esta acción como no sea la de que la profesión elegida debe ser lícita; si no está prohibida por la ley, toda actividad debe ser protegida por el Estado. Pero, refiriéndome a algo más elemental, ¿hemos siquiera intentado, como en otras partes del mundo lo hacen, saber, investigar, estudiar en qué forma viven las industrias en nuestro país? ¿Conocemos, hemos analizado la política social de nuestras industrias, de las industrias ubicadas en la República? No hay ninguna ley, no sólo de orientación de la industria, desde el punto de vista económico y técnico, sino que tampœo existe ley de responsabilidad profesional respecto de los empresarios. Cada quien opera como gusta; algunos al garete, inspirados en su propio interés, en su ignorancia o en su sabiduría. El industrial radicado en México, el representante del capital extranjero que viene a nuestro país, sabe de antemano, o por lo menos llega con esa intención, que México es un país del trópico, un país con grandes perspectivas, como dicen los hombres de negocios, en donde se pueden obtener pingües utilidades. Por eso al venir a México cada quien obra como le place. Nunca se ha investigado, por lo mismo, cuáles son los intereses que en realidad devenga ese capital, cuáles las utilidades que obtiene. Y no obstante que todo mundo sabe que las ganancias de tales empresas han sido a veces fabulosas y excelentes en todo tiempo, el industrial de México es un empresario que siempre se queja de la situación: “el momento es malo, el capital no estamos viviendo sólo por no quebrar; es preciso que el gobierno nos ayude; es menester que la clase trabajadora haga un sacrificio para no perder su fuente de trabajo; es preciso que esta industria, que es la vida del país, se mantenga y prospere, porque, ¿qué harían ustedes los mexicanos sin las industrias que les dan sus salarios? Es urgente salvarlas”. Sin embargo, nosotros, los que tenemos experiencia de lo que es la vida económica de México, los que conocemos muy bien cuál es la sicología de nuestros industriales y cuál es su competencia técnica, de sobra sabemos que estas actitudes plañideras no son más que un ardid oriental para explotar o espantar a los hombres tontos o impreparados. Sabemos muy bien que en México, ante la ausencia de un plan de producción económica, ante la falta de métodos del Estado respecto de la economía nacional, los hombres que se dedican a la industria hacen fortunas enormes, y a veces los más audaces, los individuos con menos escrúpulos, llegan en su actitud hasta a robar a sus propios colaboradores, a los mismos individuos con quienes comparten su éxito.
Y si seguimos analizando, camaradas, qué cosa se ha hecho desde el punto de vista de los intereses de la sociedad, si pasamos lista a las medidas gubernativas tendientes a la transformación del régimen feudal, porfirista, capitalista y burgués, tendremos que llegar a la conclusión de que ese régimen, según lo he afirmado y repetido varias veces, permanece de pie, íntegro, completo. Y si la Revolución Mexicana hecha para transformar el régimen porfirista no lo ha tocado, si los hombres que la representan en el gobierno no sólo no tienen el de*0 de transformar el régimen, sino que aconsejan en momentos de crisis como el actual, orden, espera, paz, limitación de peticiones, espíritu de sacrificio, ¿qué pensar? ¿Cuál es el porvenir de la Revolución? Y si, por añadidura, tomamos en cuenta el desbordante y casi incontenible propósito de los Unidos de Norteamérica, después de la guerra, de apoderarse de la América Latina para su expansión económica y espiritual, y si no olvidamos que somos la primera fracción de ese mercado, tenemos que preguntamos con desconsuelo cuál es el porvenir de la Revolución. Gobernantes que no tienen el deseo de transformar el régimen burgués, capitalistas yanquis que tienen el propósito de adueñarse económica y espiritualmente de nuestro país, esta es la realidad, esta es la verdadera situación mexicana. Quien quiera negar el hecho, miente. Es muy triste, es muy doloroso confesarlo; pero es cierto. Todo mexicano bien nacido, sea reaccionario, revolucionario, socialista, católico o protestante, tiene que lamentar que nuestro país tenga un porvenir, cuando menos en este momento, bien oscuro. Mis palabras, pues, no deben tomarse como censura a los gobernantes actuales; no me interesan las personas que están en los puestos públicos, ni hoy ni antes me han importado las personas físicas, algunas de ellas amigas mías, pues los problemas del proletariado y los problemas ideológicos nunca los he resuelto a la luz de la amistad de nadie ni a la luz de la enemistad de ninguno, como creo que el proletariado mexicano debe hacerlo también. El proletariado debe resolver sus problemas exclusivamente con ayuda de las ideas que el proletariado sostiene. Por este motivo, no me refiero a los hombres que ocupan los puestos públicos; no valen nada, como tampoco nosotros valemos nada; ni ellos ni nosotros valemos nada para el país si tratamos de hacer una valoración de la estructura de la sociedad mexicana. Somos valores tránsfugas, ellos y nosotros, porque somos mortales; lo único que perdura a través del tiempo
es la ideología, es la actitud que los hombres deciden tener frente al destino. Ellos tienen, por supuesto, una responsabilidad, y nosotros la nuestra; el tiempo nos la habrá de exigir. Lo que debemos ver, en consecuencia, es lo que ha sobrevivido de la Revolución, lo que ha sobrevivido del porfirismo y lo que puede vivir en el futuro, de una y de otro, dada la situación presente. La balanza es desconsoladora, y si esta es, repito, la realidad, ¿cuál debe ser el papel del proletariado mexicano? Camaradas, ¿cuál debe ser nuestra actitud? En estos tiempos de crisis, se dice que es menester hacer sacrificios; que es preciso que todos los mexicanos nos unamos como un solo haz, como un “fascio”, según diría Mussolini, con el fin de que con la cooperación de todos y de cada uno la nación se salve. Yo estoy de acuerdo en el princiPio, estoy de acuerdo en el propósito, sólo que he preguntado constantemente en qué consiste la unión, cuáles deben ser los sacrificios y hacia dónde vamos, y no he hallado respuesta.
LA CAMPAÑA NACIONALISTA
Se realizó hace unos días una manifestación pública de carácter nacionalista. No supongo en sus organizadores mala fe, de ninguna manera; ciertos detalles ingenuos me demuestran la buena fe de ellos, pero se cree que consumiendo “artículos nacionales” se salvará al país, y sobre este error hay otro, que es el de no saber cuáles son los “artículos nacionales”. Se cree que el concepto de nacionalismo es un concepto geográfico o es un concepto sentimental, olvidando que el concepto de nacionalismo económico es un concepto político. ¿Toda industria ubicada en el país es una industria nacional? Sí, dicen ellos. Yo niego. ¿Es industria nacional la organizada con capital mexicano? Por supuesto, se afirma. Yo niego. ¿Cuál es la industria nacional, por tanto? Yo digo que es la que sirve a la nación mexicana. La industria es un servicio público, no es el negocio de don Fulano, ni es tampoco la empresa de don Mengano. No importa tanto que el capital invertido en las industrias de México sea esquimal, ruso, japonés, francés o noruego, cuanto que ese capital se invierta para producir artículos que beneficien al pueblo de México. ¿Por qué hemos de comprar artículos producidos en México si éstos son más caros o de inferior calidad que los extranjeros? Yo, que vivo de un salario, compraré siempre el producto mejor en relación con el dinero que doy por él. Si un vestido de casimir inglés me dura cuatro años y el mexicano me dura un año, haré siempre el sacrificio y compraré casimir inglés; si los zapatos yanquis me duran tres veces más que los zapatos mexicanos, compraré los zapatos yanquis. ¿Por qué tener, pues, un concepto folklórico del nacionalismo? Y es curioso, por otra parte, que protejamos no sólo a las industrias que viven del arancel evitando la fácil competencia extranjera, sino que protejamos a las que no tienen competencia fácil y que sólo por estar en México tienen precios tan altos, casi prohibitivos, que no al alcance de la mayoría del pueblo. El papel, por ejemplo. En México tenemos una fábrica de papel, es nacional el papel, sin embargo, es muy difícil publicar un libro como no sea con la ayuda del gobierno, y somos un pueblo de analfabetos. La lista de ejemplos sería interminable.
Es que ya lo ha cambiado todo el principio socialista; desde luego, el concepto de la producción. No podemos llamar industria nacional, a la ubicada en México; tenemos que llamar industria nacional, repito, a la que sirve al país; si la industria de Noruega sirve al pueblo mexicano, dado el estándar de vida de nuestros trabajadores, la industria nacional será la noruega, no la establecida en México. Si la industria japonesa es una industria que puede, dado el salario de la mayoría de los mexicanos, favorecer al pueblo de México, esa es la industria nacionalista, no es la industria protegida por el arancel y ubicada en México y que beneficia a unos cuantos privilegiados.
Proteger, pues, la industria nacional, la llamada industria nacional, sin modificar el régimen capitalista dentro del cual esa industria vive a sus anchas, no es más que proteger a un grupo de afortunados y aumentar la miseria de las clases trabajadoras. ¿No es monstruoso, compañeros, que los trabajadores del Ingenio de Los Mochis, Sinaloa el primer ingenio del país, o que los trabajadores del Ingenio de Atencingo, el segundo en su género, de la United Sugar Companny y de la Jenkins and Company; no es monstruoso que los camaradas de estos ingenios no puedan comprar un kilo de azúcar que ellos mismos producen, porque el 33 por ciento de su jornal? El azúcar vale treinta centavos kilo y el trabajador gana un peso diario. ¿Esta es una industria nacional? ¿Puede llamarse nacional a esa industria por el solo hecho de estar en México? Y todavía más, para mantener ese precio alto, se queman los cañaverales y se exportan diez mil toneladas de azúcar a Cuba, en donde vale dos centavos el kilo.
He citado algunos ejemplos, porque es preciso llegar al fondo del asunto. No sólo vivimos y seguimos viviendo en el régimen feudal, burgués, porfirista, capitalista descompuesto. Porque aquél fue un régimen burgués típico, neto; el de hoy es un régimen porfirista con la apariencia de un régimen nuevo. ¿Cuál debe ser, vuelvo a preguntar, la actitud de la clase trabajadora? ¿Cómo habremos de salvar la crisis? En la actualidad, cuando una industria está en malas condiciones, apela a los obreros, a su espíritu patriótico: “iMexicanos, es preciso mantener las industrias del país! iTrabajadores, es preciso mantener las fuentes de trabajo! ” Y muchos compañeros creen ingenuamente que concediendo, que accediendo a las demandas de los industriales, se resuelve la crisis. No se resuelve así la crisis, camaradas, porque mientras no transformemos la mentalidad político-social de los directores de las industrias mexicanas; mientras no transformemos la ideología de los responsables del poder público; mientras no hagamos leyes de responsabilidad técnico-económica; mientras no hagamos leyes de impuestos de acuerdo con el interés social; mientras no se corrijan los aranceles; mientras no haya una política social del crédito; mientras no un plan de las comunicaciones, que fomente la producción y no el turismo; mientras no se formule un programa científico de la producción agrícola; en suma, mientras no transformemos el régimen burgués, no será posible que el sacrificio de las masas, casi hambrientas, pueda transformar y salvar a la República. Eso es falso.
LA ORGANIZACIÓN OBRERA NO ES LIGA DE RESIGNACIÓN
Si el movimiento obrero mexicano fuese una sociedad mutualista, yo convengo en que la única actitud posible de la clase trabajadora sería la de la resignación ante lo imposible y ante lo inevitable. Si nuestro propósito al unirnos hubiera sido el de dar una moneda para enterrar a un camarada que fallece; si nuestro objeto hubiese sido el dar otra moneda cuando la mujer de un compañero va a tener un hijo; si nuestro fin hubiese sido el de restar una parte de nuestro salario para entregarla al camarada que enferma; si nuestro fin hubiese sido no transformar el régimen burgués sino vivir lo menos mal dentro de régimen sin intentar tocarlo, yo acepto que la única línea de conducta del proletariado sería la de transigir, transigir, transigir, como el que va a ser fusilado y pide una tregua de unas horas para gustar un poco más de la vida o para emplearlas en la meditación. Pero no hemos nacido sociedad mutualista ni organismo contemplativo. No hemos nacido para incorporarnos en un sistema social organizado por otros y que nosotros tengamos que aceptar como bueno. Hemos nacido, naturalmente, para ir viviendo todos los días, para ir capeando el temporal, como diría un marinero, pero, además, nacimos para transformar, para contribuir a transformar el régimen imperante. Si nosotros no tomamos en esta situación, si olvidamos en todos los momentos de la lucha que el trabajador tiene una doble misión: vivir, pero vivir de tal modo que su vida contribuya a la transformación del régimen capitalista; si lo olvidamos y por nuestro afán de vivir todos los días contribuimos a que el régimen se afiance, en lugar de hacer una labor revolucionaria, sólo habremos hecho una labor de acólitos del régimen capitalista.
EN QUÉ RADICA NUESTRA FUERZA
Muchos se ríen de nosotros, sobre todo nuestros enemigos, los que se sienten ilustrados. “Sí —dicen— cuando oímos hablar a Lombardo Toledano o a cualquier otro de estos directores de las organizaciones obreras, nosotros pensamos que, dado el calor con que se expresan y los anatemas con que señalan la conducta de muchos, la sociedad va a derrumbar. Sin embargo —comentan, con una ironía que quiere ser profunda y sabia— no pasa nada. Son pobres ilusos, románticos, idealistas”. Esto nos dicen, cuando nos califican con bondad. En otras ocasiones, declaran: “Son líderes desprestigiados, fracasados, que quieren vivir de los obreros”. Yo soy quien los compadece; dudan de nuestra fuerza moral, porque ellos no la tienen. Esa gente no tiene fe en el idea l, como nosotros, porque nunca ha tenido un verdadero ideal. Esa gente cree que teniendo el poder público en las manos y el ejército y el dinero, se puede permanecer impunemente en el tiempo y en el espacio, y se equivocan. Nosotros nacimos desarmados y vivimos desarmados; todo el mundo lo sabe. No tenemos poco dinero que oponer a la fortuna de la nación; no administramos el tesoro público. Estamos inermes en el sentido literal del término y pobres por la cuantía de nuestra fortuna metálica, pero en cambio, iqué grande es nuestra fuerza espiritual, qué enorme es nuestro destino, camaradas! Y los que duden todavía de la eficacia del ideal frente a la fuerza aparente de los magnates políticos y de la fuerza contundente de las bayonetas y del poder del dinero, que compra conciencias y hace la felicidad material de algunos hombres, que repasen en su memoria los episodios más grandes de la humanidad. ¿Quiénes han hecho los movimientos que han transformado la ideología y la estructura de los pueblos?
QUIÉNES HAN HECHO LAS REVOLUCIONES EN EL MUNDO
No fueron los hombres calculadores de la situación. Los reformadores, los revolucionarios, los que han subvertido a las sociedades humanas, han sido los que no han tenido más fe que en el valor del ideal. idea, cuando es justa y se ha sentido dentro y se ha lanzado a actuar, traspasa todo, derrumba todo, todo lo allana, adereza todos los caminos, amplía todas las sendas y construye todo lo que es posible y capaz de construir el hombre.
No nos da pena, pues, presentarnos como idealistas, como sostenedores de. utopías frente a un momento de crisis.
Hace unas noches, el 18 de julio, comentaba yo con unos amigos la obra de Juárez. Yo decía que el juarismo está muerto, bien muerto como doctrina política. ¿Quién cree ya en la libertad abstracta del hombre? ¿Quién cree en el individuo como única realidad social? ¿Quién cree en la soberanía de entidades políticas y en la bondad de los frenos y contrafrenos como sistema de gobierno? ¿Qué es, por tanto, lo que sobrevive de la obra de Juárez? Un principio para mí es el único que sobrevive: el reconocimiento del derecho inmanente del pueblo de darse la forma de gobierno que le plazca; esto respecto de la obra jurídica, pero hay algo de Juárez que sobrevivirá eternamente: su ejemplo moral.
La Revolución de Reforma se inició y se desarrolló en condiciones mucho más difíciles que la Revolución maderista. El pueblo siguió a Madero en masa; el pueblo no siguió a Juárez en masa. En un principio el pueblo estaba con los conservadores, como todo el mundo sabe. Un pequeño núcleo de hombres preparados, virtuosos e impasibles, enamorados del ideal, hicieron de la utopía una bandera, la propagaron sin descanso y en el curso de los años el ideal de unos cuantos se convirtió en el ideal de las masas, pero, para llegar a este fin, ¡cuántas veces tuvo Juárez que huir y aun mendigar el pan extranjero! Su obra, por eso sólo, es la obra de un gigante. Lo que Juárez nos enseñó es que la táctica de lucha en los momentos de crisis consiste en no transigir, en no traicionar la causa. Este es el mayor servicio cívico que nos ha hecho el indio de Oaxaca. Por eso, camaradas, no debemos sentimos solos en la consecución del ideal; no compartimos solos la creencia en el poder de la fuerza moral y de los programas que han de salvar a México en el futuro. Por lo menos, en nuestra propia lista de hombres grandes de verdad, tenemos un ejemplo de luchador y de intransigencia espiritual; contamos con un maestro de idealismo.
¡EL CAMINO ESTÁ A LA IZQUIERDA!
¿Cuál debe ser, camaradas, repito una vez más, la conducta del proletariado organizado, si por una parte se ha vuelto a la derecha, que equivale a caminar hacia atrás, y por otra parte nos amenaza el yanqui como nunca y muchos desconfían de la fuerza de los grandes programas? La contestación única, la respuesta única que debe brotar de labios de un miembro consciente y sincero del proletariado mexicano es esta: contribuir vigorosamente, dentro de los medios de táctica de lucha de la clase obrera, a la transformación del régimen burgués. No puede ser otro el camino. Mentira que nosotros podamos vivir y preparar una situación mejor para nuestros hijos si transigimos, si constantemente estamos de acuerdo en las transacciones, y si por mantener el mendrugo de hoy vamos a privarnos hasta de la brizna del pan de mañana. Es mentira, camaradas, es mentira que sigamos un camino claro para el porvenir; es mentira que estemos sobre un camino cierto, sobre un terreno firme si nosotros mismos contribuimos a que las cosas se oscurezcan, a que el horizonte se empañe. ¡El camino, camaradas, está a la izquierda; es el único camino de salvación!
NO SOMOS COMUNISTAS
Todo el mundo sabe que yo no soy comunista, y no soy comunista porque me ligue a los que temen al comunismo; yo no le temo, como no le temo a ninguna idea generosa, a ninguna idea nueva. No soy comunista, como ustedes tampoco, sólo porque creemos que la táctica de lucha del comunismo en México sería una táctica que fracasaría. Sin embargo, yo digo que el camino está a la izquierda, no a la izquierda comunista ni a una izquierda que vamos a inventar: a la izquierda que tenemos impresa, pero olvidada, en los estatutos de nuestros gremios obreros de México. No vamos, pues, a crear nada nuevo, camaradas; no vamos a revelar una cosa desconocida. Es la izquierda con la que nacimos, pero que hemos cambiado en derecha, y sería preferible, para que se acaben las tentaciones, si fuere preciso, desde hoy arrancarnos la derecha para no ser mancos de izquierda.
SIGNIFICACIÓN DEL INFORME DE LA UNIÓN LINOTIPOGRÁFICA
Para concluir, camaradas —no deseo cansar más a la asamblea— ¿qué valor tiene el informe de la Unión Linotipográfica, después de todo lo que he dicho? Los compañeros de la Unión manifestaron su inconformidad con los procedimientos empleados para concluir con la huelga de Excélsior. Lo que yo he inferido del descontento de los componentes de la Unión Linotipográfica es que prefieren que se pierda una huelga, que se llegue al sacrificio de verdad, serio, antes que mancillar los postulados obreros y contribuir a que el régimen burgués se fortalezca y perdure en nuestro país. Por eso la indignación de los compañeros al decir: qué nos sirve obtener cien o más pesos, si ese dinero lo hemos conseguido con base en triquiñuelas de abogado, con base en transacciones de ideología, con base en pasos atrás en el terreno de la ética de lucha preconizada en nuestra Constitución?” Es como si dijese un padre de familia necesitado de alimentos, como sus hijos, ante una suma de dinero que le llevara la hija que salió a la calle: qué me sirve, hija, que mitigues mi hambre y mi sed y la de tus hermanos, si te has prostituido?” Cuando hay gestos como éste de la Unión Linotipográfica; cuando hay gestos como el de los estibadores de Acapulco a quienes se les ha arrebatado su trabajo sólo por pertenecer a la CROM y que vendieron ya sus casas, sus pobres chozas de pescadores, y ayer me decían en una que van a vender una máquina de coser que es lo único que queda en uno de sus hogares, y un bote de remos, para poder seguir luchando, pero que no transigirán con sus derechos legítimos, inatacables; cuando hay gestos como éstos en México, uno debe enorgullecerse, camaradas, de pertenecer al proletariado mexicano.
iEl camino está a la izquierda! El camino consiste en llegar a un régimen mejor que el actual. Yo preferiría que en este momento hubiera un régimen burgués, claro, terminante, definitivo, fuerte; sabríamos siquiera a qué atenernos. No hay peor manera de acabar con el empuje místico de los grandes movimientos populares, que simularlos. Por eso los peores enemigos de los partidos socialistas en el mundo, son los partidos socializantes. No hay peores enemigos del proletariado mexicano que los que se dicen ser amigos de él y no lo son; porque establecen la confusión y la duda y algunos llegan a creer que es bueno transigir y esperar el momento propicio. El único momento propicio para transformar un régimen social es el momento en que se tienen deseos sinceros de hacerlo. No hay otro. Las transformaciones siempre son propicias.
Las esperas, cuando en el ánimo de todos está el anhelo de una transformación, son claudicaciones.
No quiero referirme, camaradas, a la parte técnico-jurídica de este informe. Yo, abogado, no quiero referirme a ese aspecto porque la clase trabajadora tiene algo más importante que hacer que la interpretación de los artículos de las leyes de las leyes llenas de lagunas o de los convenios escri tos. El proletariado mexicano debe tener más fe que en la interpretación casuística y jurídica de las leyes, en la interpretación de la conciencia pública y, al mismo tiempo, en su sentido de responsabilidad revoluciœ naria.
Felicito a la Unión Linotipográfica. Felicito a todas las agrupaciones de la Alianza de Artes Gráficas por mantenerse unidas, independientemente de los criterios que se sostengan frente a su porvenir.
Yo lo único que quisiera es que los camaradas que, al margen de un problema como este, lanzan ataques y hablan de responsabilidades pasadas, futuras y presentes, viesen que por encima de los intereses y equivocaciones de otros está su sentido de responsabilidad de obreros sœialistas. Si eso llegaran a sentir todos y no claudicaran el porvenir sería inmediatamente nuestro, pero, por fortuna, los que claudican son muy pocos.
Yo creo, camaradas, que en el momento mismo en que la clase obrera actúe a la izquierda, desde ese mismo momento empezará, aunque sea tarde, a constituir una realidad la Revolución Mexicana.
- Discurso publicado en Revista Futuro No. 10, mayo 1933, pp. 54 – 61; y reproducido en Obra Histórico Cronológica, T. II, Vol. 3. México: Centro de Estudios Filosóficos, Políticos y Sociales Vicente Lombardo Toledano. pp. 173-195.