José María Benítez, 1898 -1967

José María Benítez nació el 30 de junio de 1898, en Huanusco, estado de Zacatecas (México); y falleció el 11 de septiembre de 1967, en la Ciudad de México. Fue un destacado escritor, sindicalista, docente, narrador, periodista e ilustre poeta mexicano.

José María Benítez estudió preparatoria en la Escuela Nacional Preparatoria, continuando sus estudios en la Universidad Nacional de México, hoy conocida como la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Como docente, José María Benítez impartió literatura e historia en secundaria, en diversas escuelas de la Ciudad de México.

Durante su actividad sindicalista, José María Benítez ocupó varios cargos, entre los que destacaron la dirección de la Alianza de Ferrocarrileros Mexicanos, en su Sindicato, y la dirección de la oficina de publicidad de 1938 a 1955.

En la administración, José María Benítez se desempeñó como secretario privado de la Secretaría de Salubridad y Asistencia.

En su actividad periodística, colaboró en el ExcelsiorEl Nacional, y en su suplemento Revista Mexicana de Cultura. También colaboró realizando diversos trabajos de periodismo cultural, con reseñas para libros sobre Economía, Política y Educación.

Como literato, de 1929 a 1930, perteneció al grupo literario “El Agorismo”, creado para el estudio de la lucha social en México y el mundo. Su trabajo en cuento lo dedicó a la denuncia de problemas sociales, representando situaciones cotidianas y, también, mostrando los conflictos psicológicos de los personajes y estampas de la Revolución. En la poesía, José María Benítez se centró, principalmente, en la naturaleza y el amor. Escribió una única novela, Ciudad, en la que presentó los efectos de la Revolución.

Recordamos a José María Benítez con tres de sus poesías y dos dedicatorias al Mtro. Vicente Lombardo Toledano.

Poesías de José María Benítez

ilustración de llueve amigo de José María Benítez

LLUEVE, AMIGO…

LLUEVE, amigo…

El torrente baja y baja,
seda negra, sobre el llano.
Lleva la tierra en el pecho
prendido el cielo, y la mano
se le crispa a cada estruendo.
—¡Qué noche más negra, hermano!

—¿Te mojas?
—La camisa y el sarape,
el paño y el ceñidor.
El torrente baja y baja
y en la hondonada invisible
resuena como tambor.

—Pronto llegaremos, anda;
desentúmete, no tiembles,
pues ya tu jacal se asoma.
Silencio largo. La lluvia,
tiene en los labios aroma.

Sonó un disparo. Cayó
uno de los dos a un charco.
A cien metros, unos hombres
desfilan bajo la lluvia
campestre, de cutis zarco.

—Uno menos, jefe,
le dicen al hacendado.
Y el grupo sale a galope
por el campo ilimitado.

Con el muerto a cuestas llega
a la puerta del jacal.
Dejaban los pies un surco
en el frío lodazal;
perdió el muerto los huaraches
y el sombrero;
se los llevó el temporal.

Los hijos están en círculo.
De la cabeza del muerto
sale un hilillo de sangre
que recibe la mujer.
La lluvia cesó en el monte;
sobre la choza y el mundo
se deshoja
el amargo amanecer.

Historia de campesinos
que en la conciencia se aferra;
historia que acabará
con la toma de la tierra
por los míos; habrá más héroes
en esa próxima guerra,
y hasta el último asesino
morderá el polvo,
en la ciudad o en la sierra.

—Llueve, amigo… deme por favor, la mano.

—Qué noche más negra, hermano.

FIGURA EN EL PAISAJE

CARA de tierra,
ojos de sueño,
mano morena.

Esqueleto frío de angustia,
carne tranquila ante la pena,
risa que no tiene aurora,
reloj que no marca tiempo.

Ultima tabla de un barco,
puño de tendones rotos,
arco tendido, sin flecha,
energía sin cauce, sola.

Indio, punto en la i del paisaje,
maguey vestido de harapos
manojo vivo de historia,
inmovilidad sin mauser.

En el fondo de la tarde
estás con la espalda al tiempo
como en espera de una
larga lluvia de luceros.

Quizás mañana te encuentre
colgado de un árbol grande
por haber pedido tierra
para tus hijos desnudos,
para tu mujer espectro;
y esperarás como ahora,
mudo, de espaldas al tiempo.

Indio de sarape rojo,
pequeño gajo en la loma:
quiero que dejes de ser
ganancia de los caudillos,
harina sin levadura,
victoria sin resplandores.

Quiero que el rojo de ocaso
que llevas sobre los hombros,
no sea dato de paisaje,
sino bandera de lucha.

Quiero que la sombra dura
vuelva a mirar tu silueta
con el arma al brazo, puestos
los ojos en el futuro,
que hablará el idioma firme
y sonoro de las balas.

Inmóvil, sigue en la loma,
el indio de mi poema;
quizás espera su alma
larga lluvia de luceros.

ilustración de carta incompleta de José María Benítez

CARTA INCOMPLETA A UN NEGRO HAITÍ

TRAIGO la voz de mi tiempo
y la voz de mi país,
para hablarte, hermano negro,
de la tragedia del indio,
de las sombras en Haití,
de los traidores de China,
los vencidos del Brasil,
del etiope rudo y cándido,
del blanco salvaje y ruín,
y del Asia devorada
como tu tierra y la mía
por idéntico mastín.

Doce millones de indios,
quinientos latifundistas
y un dictador.
Tal era México, hermano,
—angustia de ayer y hoy—
cuando era sólo un polluelo
sobre el trueno de la historia,
la revolución.

Incendiamos los ingenios,
las haciendas y las vías,
y Norte y Sur eran rosas
mecidas por el terror;
y arrasaron nuestros pueblos,
y quemaron nuestros montes
sin compasión.

Y todavía en las llanuras
sin fondo
y en las cuestas sin verdor,
gritan nuestros muertos: polvo
humano frente al sol.

Con el mauser en la mano
murió el abuelo, y el padre,
y el niño creció en las aulas
del asalto y el clarín.

Es esta la parda cinta,
la gesta pueril y bárbara
de mi pueblo y mi país.

Pero todo sigue igual, hermano:
las minas son ríos de oro
que no acaban de correr
hacia Nueva York y Londres
como hacia España en ayer,
y sólo nos van quedando
hombres espectrales, blancos
de tisis,
o verdes de cáustica hiel,
silicosos retumbantes,
mercurianos,
hombres roídos, sin dientes,
hombres sin esperanza y sin ley,
que nada quieren,
que dejaron
cien por ciento de su vida
en la entraña de la tierra,
basta y fiel,
compasiva,
instintiva
y firme:
puño seguro
que nos ha de disolver.

Todo está igual, camarada.
A mis ancestros robaron
20 millones de hectáreas
de tierra fértil,
en nombre de Dios y el rey,
y nos han devuelto algunos
millones de hectáreas;
es una cuenta muy precisa:
por cada hectárea un cadáver
de oscuro indio o de mujer.

En el campo, el pobre tiene
apenas para comer,
nopales, tunas, frijoles,
maíz, salitre y maguey,
y para alegrar la vida,
alcohol, paisajes vacíos
y un profundo anochecer…

Dedicatorias de José María Benítez al Mtro. Vicente Lombardo Toledano.

Portada del libro de José María Benítez: La huelga ferroviaria y la lucha antiimperialista.
Benítez, José María. La huelga ferroviaria y la lucha antiimperialista. México: Frente Cultural, 1936.

Afectuosamente al compañero Lombardo Toledano (firma) de José María Benítez

Portada del libro de José María Benítez: La voz de mi tiempo
Benítez, José María. La voz de mi tiempo. México: Talleres Tipográficos la Nacional, 1940.

Para el compañero Vicente Lombardo Toledano, cordialmente (rúbrica) de José María Benítez.

Obra ubicada en el acervo histórico: “Dedicatorias a Vicente Lombardo Toledano” de la biblioteca del Centro de Estudios Vicente Lombardo Toledano.

Efemérides con fines de difusión cultural e histórica.

Link del catálogo en línea: http://200.78.223.179:8292/LOMBARDO
Correo electrónico: bibliolomb@hotmail.com

Artículo escrito por el Doctorando Josep Francesc Sanmartín Cava, en colaboración con los Servicios Bibliotecarios del Centro de Estudios Filosóficos, Políticos y Sociales Vicente Lombardo Toledano.


Referencias: Servicios Bibliotecarios del Centro Lombardo y la Enciclopedia de la literatura en México.

X