La disputa por la nación. La economía de México en la década de los setentas.

La disputa por la nación. La economía de México en la década de los setentas.

Cuauhtémoc Amezcua Dromundo.

La disputa por la nación en el terreno de la economía se agudizó durante la década de los setentas. En ese lapso, la nversión pública mantuvo y acentuó su tendencia ascendente con respecto de la privada. Si ya en 1965 la proporción era de aproximadamente 45% de la primera y 55% de la segunda, en la primera mitad de la siguiente década el sector estatal rebasó al privado, por primera vez en la historia. La diferencia no era substancial, sin embargo, quizá apenas de un punto porcentual. La etapa de equilibrio precario, a la que se refiriera Lombardo, no había desaparecido. Tal precariedad, por el contrario, se había ido agudizando, al mismo tiempo en que el frágil equilibrio se prolongaba y las contradicciones en el seno de la sociedad, se agudizaban.

La política económica durante el sexenio 1970-1976.

Durante la década de los setentas, la inversión pública mantuvo y acentuó su tendencia ascendente con respecto de la privada
Durante la década de los setentas, la inversión pública mantuvo y acentuó su tendencia ascendente con respecto de la privada

En el sexenio 1970-1976, el Ejecutivo, a cargo de Luis Echeverría Álvarez –fuertemente denostado hoy, en los tiempos del neoliberalismo, y particularmente por Carlos Salinas de Gortari, que lo consideró como su antítesis– impulsó el gasto público con un sentido nacionalista y con una correcta orientación social; ésta fue su manera de enfrentar la situación de agudas contradicciones entre el capitalismo imperialista, que presionaba para retomar su predominio sobre México, que parecía escapársele, y las fuerzas nacionales que impulsaban nuestra cabal emancipación. Por ejemplo, incrementó diez veces los recursos públicos destinados al desarrollo rural, de 6 mil millones de pesos en 1970, a más de 60 mil millones en 1976. Acrecentó las obras de irrigación. Elevó notoriamente los precios de garantía para los productos del campo, con lo que contribuyó a elevar el nivel de vida de las masas campesinas. Dio un extraordinario impulso a la Reforma Agraria, el mayor desde los tiempos de Lázaro Cárdenas. Hizo crecer de manera notable los recursos destinados al sistema educativo nacional en su conjunto, y en particular los dedicados a las instituciones de cultura superior. Asimismo los que se dedicaron a la construcción de vivienda popular, a la salud y a la seguridad social.

La nacionalización de Teléfonos de México.

Un hecho importante que sucedió el 16 de agosto de 1972, tuvo su antecedente directo desde la XLVI Legislatura (1964-1967), cuando el grupo parlamentario dirigido por el maestro Lombardo propuso nacionalizar las telecomunicaciones[1], porque, razonó, éstas “han pasado a ser elementos de vital importancia para el desarrollo económico, social y cultural de la Nación mexicana”.

En la exposición de motivos de la misma forma se argumentó que “de los diversos sistemas empleados en las comunicaciones… se desprenden servicios públicos que responden a una necesidad colectiva y que, por tanto, su continuidad y funcionamiento deben ser garantizados por el Estado, asegurando los mismos derechos y las mismas posibilidades de uso a todos los sectores de la población”. Además se explicó que “por los grandes avances de la técnica en esta materia, incluyendo los satélites artificiales de la Tierra”, que en breve serían utilizados también en México, “las telecomunicaciones constituyen un elemento básico para la seguridad nacional”.

De no seguirse ese camino, inevitablemente se tendería a la consolidación del monopolio denominado Teléfonos de México, S. A., en detrimento de los intereses nacionales. En lo formal, la reforma que se proponía consistía en añadir la expresión “las telecomunicaciones” a la parte final del párrafo sexto del artículo 27, en el que se enlistan las funciones económicas que son exclusivas de la nación.

La iniciativa no prosperó en aquel momento. Sin embargo, siete años después, en 1972, el Ejecutivo, en ese momento a cargo del presidente Luis Echeverría –que como se desprende de sus actos concretos, encabezó un gobierno contrario a los intereses del imperialismo—compró el paquete mayoritario de acciones de la empresa Teléfonos de México, y por esa vía, el Estado tomó el control de dicha empresa, es decir, la nacionalizó. El PPS valoró ese hecho como positivo y lo apoyó con entusiasmo y combatividad que contrastaron con las posiciones de exasperación del capital privado vinculado al exterior, y de su partido, el PAN, que acusaron a Echeverría de ser populista, socialista y comunista, y de estar llevando al país al despeñadero, además de tildarlo de antidemocrático y autoritario, por no haber tomado en cuenta sus opiniones.

Economía y parlamento. La ley para promover la inversión mexicana y regular la extranjera.

La iniciativa de Ley para Promover la Inversión Mexicana y Regular la Extranjera retomó la esencia de las ideas que el PPS había planteado tiempo atrás
La iniciativa de Ley para Promover la Inversión Mexicana y Regular la Extranjera retomó la esencia de las ideas que el PPS había planteado tiempo atrás

Dentro de la línea antiimperialista y progresista que siguió su gobierno, en 1973 Echeverría envió al Congreso de la Unión una iniciativa de Ley para Promover la Inversión Mexicana y Regular la Extranjera[2] que retomó la esencia de las ideas que el PPS había planteado tiempo atrás. En efecto, en la XLVII Legislatura (1967-1970) el grupo parlamentario de este partido había presentado una iniciativa de Ley de Inversiones Extranjeras[3]. En su exposición de motivos se argumentó que las inversiones de ese tipo no ayudan al desarrollo del país receptor, sino que, por el contrario, lo descapitalizan. Y en efecto, así ha sucedido en México y en los demás países de Asia, África y América Latina, sin excepción. También se señaló que no existen normas coherentes sobre el tema, porque la legislación que hay es insuficiente y confusa, dejando a discreción de las autoridades resolver lo conducente, campo en el que las empresas transnacionales medran, gracias a su enorme capacidad corruptora.

Más allá de los lineamientos generales establecidos en los artículos 27 y 28 de la Constitución de 1917, hubo un decreto del Ejecutivo, de junio de 1944, sobre los ámbitos de las inversiones extranjeras y nacionales, que resultó confuso y permitió que las decisiones se siguieran tomando de manera discrecional, como resultado de presiones y negociaciones. Más tarde, en 1947 fue creada una Comisión Intersecretarial, que dictó doce normas sobre la inversión extranjera, la última el 5 de octubre de 1953, fecha en que prácticamente dejó de funcionar. En 1954 se formuló una ley para el fomento de industrias nuevas y necesarias, orientada a impulsar lo que se llamó “proceso de mexicanización” económica.

Estas disposiciones y muchas otras crearon un verdadero enredo jurídico que, en los hechos, sirvió para facilitar la penetración del capital extranjero por la vía del arreglo directo con los funcionarios encargados del ramo. Ésa era la situación a fines de la década de los sesenta, cuando el PPS, presentó la iniciativa que venimos comentando, en la que propuso, entre otras, las siguientes medidas: Los capitales extranjeros deben tener prohibido comprar empresas nacionales ya establecidas. Deben establecerse sanciones enérgicas para los mexicanos que actúan como prestanombres al servicio de extranjeros. Deben establecerse límites a las utilidades de las inversiones extranjeras. El Estado debe ejercer el monopolio del comercio exterior. En su momento, esta iniciativa no fue aprobada. Cuatro años después, sin embargo, en 1973, como vimos, el Presidente Echeverría presentó su propio proyecto que puso orden en lo que era caótico y significó un avance muy importante en este tema. Desde luego que el grupo parlamentario del partido solferino argumentó y votó a favor de la iniciativa.

"Por la reafirmación de la soberanía nacional y el desarrollo económico del país..."
“Por la reafirmación de la soberanía nacional y el desarrollo económico del país…”

Otro hecho significativo en el frente parlamentario fue éste. El Senado de la República fue la cámara de origen de otra iniciativa del Ejecutivo, en este caso para adicionar el artículo 27 de la Constitución con el fin de establecer la llamada zona económica exclusiva.[4] En su exposición de motivos se plantea que entre los postulados de la Revolución Mexicana, la reivindicación de los recursos naturales ocupa un lugar destacado, y que este tema se vincula con otros dos, de elevada importancia: la reafirmación de la soberanía nacional y el desarrollo económico del país. También trae a la memoria que en el artículo 27 se ha ido plasmando la historia de las luchas victoriosas del pueblo en materia de reivindicación de los recursos naturales:

“Primero, afirmó la propiedad originaria de la Nación sobre las tierras y aguas comprendidas dentro de los límites del territorio nacional, reivindicó el dominio directo sobre los recursos del subsuelo y después, reservó para la Nación la explotación del petróleo y de los carburos de hidrógeno.

“A partir de la década de los setenta, los sucesivos gobiernos de la República han pugnado por extender y reforzar los derechos del Estado mexicano sobre los recursos marítimos próximos a sus costas, tanto a través de su acción legislativa como mediante su participación en diversos foros internacionales.

“A esa finalidad obedecieron la incorporación en 1960 de la plataforma continental al territorio nacional, la creación en 1966 de una zona exclusiva de pesca, entre las nueve y doce millas y luego, en 1969, la ampliación del mar territorial a doce millas y la delimitación de dicho mar a lo largo de las costas interiores del Golfo de California mediante un sistema de líneas de base rectas, con el objeto de convertir en aguas interiores mexicanas las que quedan al norte de la cadena de islas que cortan ese Golfo”.

La iniciativa que presentaba el Ejecutivo, a cargo del licenciado Luis Echeverría, sería la continuación de esos esfuerzos y tendría por objeto “establecer una zona económica exclusiva a lo largo de todos los litorales de la República”. De esta manera, la Constitución afirmaría los derechos soberanos del Estado mexicano sobre una superficie de más de 2 millones de kilómetros cuadrados, “o sea un área ligeramente mayor a la del actual territorio nacional”. Con esa medida se favorecería el crecimiento económico nacional y se reduciría la dependencia del exterior. En la iniciativa, se citó como referencia el hecho de que la Carta de Derechos y Deberes Económicos de los Estados, que ya había sido aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas, confirmaba la validez del principio que establece el derecho de todo Estado a ejercer soberanía plena y permanente sobre su riqueza y recursos naturales.

El Senado de la República la aprobó por votación unánime de 47 votos. Días después, la Cámara de Diputados también la aprobaría por unanimidad.

Fortalecimiento de las industrias petrolera, petroquímica, eléctrica y siderúrgica, nacionalizadas.

El grupo parlamentario del PPS declaró en la tribuna que en ese periodo de sesiones se habían aprobado un buen número de leyes de trascendencia social, pero que, sin embargo, ésta que ahora se examinaba sobresalía entre todas por su significado patriótico y nacionalista. Mencionó que en la plataforma electoral del partido se incluía esta demanda concreta como una de las que el PPS habría de enarbolar en el Poder Legislativo. Equiparó esta reforma con hechos significativos en el proceso histórico de México, como la Nacionalización de la Industria Petrolera, en 1938, y la de la Industria Eléctrica, en 1960.[5]

El gobierno de Echeverría, además, destinó cuantiosos recursos al fortalecimiento de las industrias petrolera, petroquímica, eléctrica y siderúrgica, nacionalizadas, que alcanzaron uno de sus índices históricos de desarrollo más elevados. En su periodo se duplicó la inversión del Estado en la minería. También se amplió la inversión pública en materia de transportes y comunicaciones, entre otras ramas de alto impacto para el desarrollo nacional. Según la valoración del entonces Secretario General y representante del PPS en el Senado de la República, Jorge Cruikshank García, como resultado de todo esto, la inversión del Estado

“…tuvo un gigantesco desarrollo. Entre 1970 y 1975 la inversión pública aumentó de 30 mil a más de 100 mil millones de pesos, descontando el incremento de precios. Esto significa una tasa de crecimiento real media anual de 16%. En este periodo, el Producto Interno Bruto aumentó en una tasa de 5.6%, a pesar de que la inversión privada creció en sólo alrededor del 4%. Gracias a la dinámica de la inversión pública, el coeficiente de inversión en el producto interno bruto se elevó del 21% en 1970 al 24% en 1975”[6].

El país avanzaba por la ruta trazada por Vicente Lombardo Toledano.

Aunque el gran ideólogo había desaparecido físicamente en noviembre de 1968, el poder público avanzaba en el sexenio conforme a la exhortación de Lombardo, en el sentido de que: “El gobierno de nuestro país debe, en consecuencia, asociar la idea del papel decisivo que desempeña el Estado en la economía, con el propósito de la liberación nacional del control de su desarrollo por el capital extranjero.”
Aunque el gran ideólogo había desaparecido físicamente en noviembre de 1968, el poder público avanzaba en el sexenio conforme a la exhortación de Lombardo, en el sentido de que: “El gobierno de nuestro país debe, en consecuencia, asociar la idea del papel decisivo que desempeña el Estado en la economía, con el propósito de la liberación nacional del control de su desarrollo por el capital extranjero.”

Aunque el gran ideólogo había desaparecido físicamente en noviembre de 1968, el poder público avanzaba en el sexenio conforme a la exhortación de Lombardo, en el sentido de que: “El gobierno de nuestro país debe, en consecuencia, asociar la idea del papel decisivo que desempeña el Estado en la economía, con el propósito de la liberación nacional del control de su desarrollo por el capital extranjero.”[7]

En efecto, en 1975 llegaron a existir 845 empresas estatales, de las cuales 48% eran de participación estatal mayoritaria, 21% fideicomisos, 21% organismos descentralizados, y 10% eran empresas de participación estatal minoritaria. En contrapartida, desde sus inicios, el gobierno de Echeverría enfrentó un fuerte retraimiento de la inversión privada que obedeció a intereses económicos de carácter especulativo y asimismo a consideraciones políticas; es decir, por una parte, la gran burguesía privada encontró una coyuntura para lucrar en busca de acrecentar sus ganancias a costa de la estabilidad económica, y aprovechó esa misma coyuntura para confrontar la política intervencionista del gobierno con el fin de doblegarla. Pero el gobierno respondió con una inversión pública todavía mayor, por lo que “en este gobierno, por primera vez, la inversión pública superó a la inversión privada. Esto evitó la reducción de la actividad económica que hubiera resultado del retraimiento” de los capitalistas privados. Así, “este esfuerzo debe medirse políticamente, más cuando se sabe que la intención de la retracción… privada estuvo calculadamente orientada a bloquear las medidas progresistas del Estado.”[8]

La citada actitud de retraimiento por parte de los capitalistas privados, pudo haber causado una grave crisis económica. Frente a esa circunstancia, el Estado, como ya se dijo, optó por suplir tal deficiencia incrementando su intervención directa como inversionista y productor directo. De esta manera, aun sin reformar la Constitución, satisfacía, en la práctica, la demanda del maestro Lombardo y su partido, que ya lo era también de otras fuerzas consecuentes con nuestro proceso histórico, en momentos en que se habían agudizado altamente las contradicciones entre quienes impulsaban esa vía, y los partidarios de la opuesta.

Economía y parlamento. El problema de la deuda externa.

El Ejecutivo, por otra parte, debido a la insuficiencia financiera crónica que desde largo tiempo atrás sufría el Estado, se vio en la necesidad de atraer recursos financieros del exterior por la vía de la deuda pública, a efecto de promover importantes programas de desarrollo económico. El endeudamiento externo tuvo un crecimiento elevado, aunque menor que el que alcanzaría en el siguiente sexenio, y muy inferior a los que ha alcanzado en la época del neoliberalismo.

Sobre el tema de la deuda externa, el pensamiento lombardista sustenta que, dada la habitual carencia de los países no industrializados plenamente como México, de recursos propios suficientes, puede ser un instrumento útil para el desarrollo económico de la nación con independencia respecto del imperialismo, a condición de que reúna una serie de requisitos, mismos que se plasmaron en lo esencial en la iniciativa para adicionar la Constitución con un nuevo capítulo en materia económica. En dicho documento se planteaba que, además de las condiciones que ya existían en el artículo 73, se añadieran las siguientes:

“Los préstamos y empréstitos del extranjero se concertarán sin más garantía que el crédito de la Nación. No obligarán a adquirir bienes o elementos en determinado país o mercado para la realización de las obras, cuando se trate de créditos con ese objeto, ni a venderle los productos resultado de las inversiones. No podrán concertarse a corto plazo ni excederse de la capacidad de pago de la Nación en perjuicio de su desarrollo independiente”.[9]

Por su parte, el citado artículo 73 establece, en su fracción VIII, entre otras cuestiones, que “ningún empréstito podrá celebrarse sino para la ejecución de obras que directamente produzcan un incremento de los ingresos públicos…”

Debilidad e indecisión en los gobiernos de la burguesía nacional.

Sin embargo, lo cierto es que por parte de la burguesía nacional gobernante hubo debilidad e indecisión –incluso en el sexenio de Echeverría– para emprender una reforma fiscal que dotara al Estado de los recursos suficientes para que atendiera adecuadamente las necesidades de orden social, con cargo a los sectores más pudientes, e invirtiera los recursos necesarios para garantizar el crecimiento del sector productivo estatal de la economía. En estas circunstancias, se presentó una disyuntiva: o se posponía indefinidamente la atención a las necesidades sociales y el desarrollo de las fuerzas productivas por la vía estatal, o se recurría al crédito externo. El gobierno tomó esta opción, que fue criticada con severidad por el PPS.

Su gobierno se caracterizó por el despilfarro de recursos.
Su gobierno se caracterizó por el despilfarro de recursos.

Pero la deuda pública se disparó durante el sexenio 1976-1982, a cargo de José López Portillo, cuyo gobierno se caracterizó por el despilfarro de recursos. Las políticas en materia de concertación de empréstitos en el exterior fueron distintas de los criterios establecidos líneas arriba y resultaron contraproducentes. Porque muchos de ellos se contrataron a plazos cortos, insuficientes para su desahogo adecuado, a tasas elevadas o fluctuantes –con tendencia a crecer sin  medida, según se vería después– y en volúmenes que rebasaron holgadamente la capacidad de pago de la nación. Tampoco se cuidó de restringirlos al propósito de la ejecución de obras que incrementen los ingresos públicos, según la ordena la Constitución. En muchos casos se les derrochó. Lejos de emplearlos para acrecentar el sector estatal de la economía, se les utilizó para transferirlos, por múltiples vías, a los bolsillos de los capitalistas particulares. Operó así una especie de keynesianismo empeorado, por el cual los recursos públicos beneficiaban a los magnates privados, con el agravante de que, en este caso, se trataba de recursos ajenos, conseguidos por la vía de los créditos externos, que luego se tendrían que pagar con creces, con cargo al erario público. La deuda externa creció en exceso y se convirtió en un serio problema. Pero el gobierno fue todavía más allá. Aceptó condiciones políticas y económicas que exceden en mucho al crédito de la nación, y que encarnan la pérdida de soberanía. Esto quedó evidenciado al suscribirse las llamadas Cartas de intención, con el Fondo Monetario Internacional. Este factor a la postre vendría a pesar considerablemente en la evolución de los eventos económicos, y en la correlación de las fuerzas políticas y sociales, en la lucha por el porvenir de la nación.

Peligrosa expansión de las inversiones extranjeras directas.

Otra tendencia importante en la evolución económica, con un notable impacto en la década de los setentas, se refiere a las inversiones extranjeras directas, que también se expandían con rapidez. Para 1940, la inversión extranjera directa en México era de 449 millones de dólares; subió a 556 para 1950; en 1960 llegó a 1,083; luego, en 1970, a 2,822 y en 1975, alcanzó los 4,580 millones de dólares. En 1976, año conocido como de los “capitales golondrinos” por la magnitud de la fuga de tales capitales especulativos por razones económicas y políticas –entre éstas, la ofensiva que el capital financiero y corporativo había desatado contra el gobierno de Echeverría y que buscaba torcer la mano a su sucesor y obligarlo a cambiar el rumbo– se redujo por primera vez desde la expropiación petrolera, a 3,278 millones de dólares, para aumentar nuevamente en 1977 a 3,705, y llegar en 1978 a 4,744 millones de dólares. Al término de 1980 se estimaba ya en 8,000 millones de dólares y se calculaba que al finalizar 1981, subiría 3,000 millones más.[10]

La participación del capital extranjero en la inversión bruta total había aumentado en la última década, al pasar de 5.5% en 1970, a 7% en 1980. Y con respecto de la inversión bruta privada, los datos fueron: 1970, 8,5%, y 1980, 14.1%. Es decir, la inversión extranjera estaba creciendo a un ritmo mayor que la nacional, tanto la privada como la pública. Y si bien estaba lejos de equipararse a éstas en términos de volumen total, su capacidad de incidencia en las decisiones de la vida nacional era proporcionalmente mucho mayor, porque tenía –y tiene—detrás, todo el poder económico de las matrices de los monopolios transnacionales, muy superior a la magnitud de lo que aquí hayan invertido, y porque cuentan también con el apoyo económico, político, diplomático y aun militar de sus Estados de origen. Además de toda esa enorme fuerza, cuentan también de su lado con la que les aporta el sector de la burguesía local que se ha asociado con ellos y, por ende, se ha subordinado a sus intereses y acata sus decisiones. Y por si fuera poco, todavía agregan a su fuerza el gran peso que tienen los capitalistas sobre los medios de comunicación social, sea por ser sus propietarios o por su calidad de anunciantes poderosos. Todo eso acrecienta notablemente su capacidad de incidencia en el terreno político.

La mencionada expansión del capital externo también se reflejaba en los datos de las 500 empresas más grandes del país. En 1972, el 32% de ellas tenían participación de capital externo (161 empresas); para 1979, ya era el 54% (271 empresas) las que contaban con participación de capital extranjero. En ese último año, el 89% de las inversiones foráneas eran estadounidenses; en tanto que sólo 8% de ellas eran alemanas y 5.9% japonesas, que ocupaban los lugares segundo y tercero. Esto refleja una clara dependencia de un solo mercado e implica graves riesgos no solamente para un desenvolvimiento sano de la economía, sino para la independencia política y la soberanía de la Nación.

Los capitales extranjeros se apoderaban de las ramas más dinámicas de la industria.

Fortalecimiento de las industrias petrolera, petroquímica, eléctrica y siderúrgica, nacionalizadas.
Fortalecimiento de las industrias petrolera, petroquímica, eléctrica y siderúrgica, nacionalizadas.

Otro dato significativo: los capitales externos se apoderaban, cada vez más, de las ramas más dinámicas de la industria. Así, “en 1970 controlaban ya el 27.6% de las ventas totales de la industria manufacturera, el 84% en la producción de hule, el 80% en tabaco, el 67% en productos químicos, el 62% en construcción de maquinaria eléctrica, y el 49% en equipo de transporte, índices que se elevaron considerablemente para 1980”. Hay un dato que sustenta la afirmación dramática de que a pesar de sus graves penurias, nuestros países subsidian el desarrollo económico de Estados Unidos. El hecho es que la tasa de ganancias de la inversión de ese país en el extranjero es tradicionalmente menor en los países ricos que en los pobres. Por ejemplo, en 1979 fue de 18.9% en los países capitalistas desarrollados, y de 28.9% en los “subdesarrollados”. Y otro dato todavía más claro en ese mismo sentido: en estos últimos países se encuentra el 24.8% de la inversión total estadounidense y, sin embargo, de ellos extrae el 63.4% de los flujos de capital por utilidades, regalías, etc.

Existen datos irrebatibles que dan sustento también a la afirmación ya antes formulada de que los capitales extranjeros no capitalizan, sino descapitalizan la economía nacional:

“…los ingresos por concepto de inversiones extranjeras directas durante la década de 1960-70 fueron de 2,059 millones de dólares, mientras que, por conceptos de utilidades, regalías, etcétera, se enviaron al exterior 2,991 millones de dólares. Datos más recientes confirmaban la continuidad y agravamiento de este fenómeno. En cuatro años, de 1976 a 1979 inclusive, el total de ingresos originados por las inversiones extranjeras directas fue de 1,676.4 millones de dólares, en tanto que se remitieron de regreso a la metrópoli 3,249.6 millones de dólares por utilidades y regalías. “Esto significa que se sangró la economía nacional con 1,573 millones de dólares, cifra 69% mayor a la exportada en toda la década de los sesentas”.

Agudización de las contradicciones económicas y políticas.

Como se ve, la Ley para Promover la Inversión Mexicana y Regular la Extranjera, aprobada en 1973, resultó insuficiente para frenar esa tendencia contraria a los intereses nacionales. En general, esa y las demás tendencias económicas durante la década de los setentas demuestran que se produjo una agudización de las contradicciones en ese ámbito.

Como es natural, la agudización de las contradicciones económicas conlleva la agudización también de las contradicciones políticas. Esto fue lo que ocurrió de manera muy notoria en el periodo que nos ocupa, desde finales de la década de los sesentas y toda la de los setentas. A partir del análisis del ámbito de la economía, queda claro que la lucha en ese momento era sobre todo entre una y otra corriente, la de los partidarios del libre mercado y la que impulsaba el camino de la intervención del Estado, surgido de nuestra experiencia histórica. Ésta era la contradicción que había madurado; la que tendría que resolverse en el plazo inmediato, en uno u otro sentido; ésta era la contradicción determinante en el panorama nacional en su conjunto en ese momento histórico concreto.

De ahí, que el PPS presentara una nueva iniciativa de reformas a la citada Ley para Promover la Inversión Mexicana y Regular la Extranjera, en 1981[11], en la LI Legislatura (1979-1982) En ella, propuso nacionalizar el comercio exterior por la vía de incorporar esa actividad a las que la citada ley consideraba reservadas de modo exclusivo al Estado. Así también nacionalizar la petroquímica secundaria, los alimentos balanceados y otros eslabones estratégicos de la industria alimentaria, de la química industrial básica y de la siderurgia, por medio de establecer la reserva para el Estado del 51% del capital de esas actividades o empresas.

Propuso que se prohibiera de modo expreso la compra de empresas mexicanas establecidas. Así también que se impidiera el anonimato de los accionistas de empresas con capital externo, porque esa figura en la práctica deja fuera de control los porcentajes reales de capital nacional y extranjero. Propuso asimismo la desaparición de la figura de los fideicomisos en la faja de 100 kilómetros a lo largo de las fronteras y de 50 kilómetros a lo largo de las playas del país, que vulneró la prohibición constitucional de que en esas zonas tuvieran propiedades los extranjeros.

Esa práctica, en la opinión del PPS, resultó “lesiva para la economía del país, pero más aún ha devenido en humillante para el pueblo de una Nación soberana que, sin embargo, ve que sus playas ahora tienen letreros que advierten que se trata de propiedad privada en la que no se permite el paso de los mexicanos”.[12].

[1] Diario de los Debates de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, 10 de diciembre de 1965. Fue publicada con el nombre de “Nacionalización de las comunicaciones eléctricas y los servicios telefónicos” en Iniciativas parlamentarias…, op. cit. Tomo I, pp. 145-153.

[2] Diario de los Debates de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, 9 de marzo de 1973.

[3] Diario de los Debates de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, 26 de diciembre de 1969. También fue publicada con el título de “Ley de Inversiones Extranjeras” en Iniciativas parlamentarias…, op. cit. Tomo I, pp. 217-229.

[4] Diario de los Debates del Senado de la República, 6 de noviembre de 1975.

[5] Intervención del diputado Ezequiel Rodríguez Arcos, del PPS. Diario de los Debates de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, 28 de noviembre de 1975.

[6] Intervención del senador del PPS, Jorge Cruickshank García, Diario de los Debates del Senado de la República, 7 de septiembre de 1976.

[7] Vicente Lombardo Toledano, “¿Cuál es el camino? Uno es el del socialismo y otro es el de la jauría”. Artículo publicado en la revista Siempre! El 30 de noviembre de 1966.

[8] Cruickshank, Diario de los Debates del Senado de la República, op cit.

[9] Vicente Lombardo Toledano. “Iniciativa para adicionar la Constitucióncon un nuevo capítulo en materia económica” Fue publicada con el título de “Un nuevo capítulo en materia económica”, en Iniciativas parlamentarias…, op. cit. Tomo I, pp. 133-143. …”, op. cit.

[10] Estos datos y los subsecuentes en este apartado, fueron tomados de una iniciativa presentada por el grupo parlamentario del PPS en la LI Legislatura y aparece en el Diario de los Debates de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión del 6 de octubre de 1981. Fue publicada con el título de “Reformas a la ley para promover la inversión mexicana y regular la extranjera”, en Iniciativas parlamentarias…, op. cit. Tomo II, pp. 441-448.

[11] Diario de los Debates de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, 6 de octubre de 1981. Fue publicada con el título de “Reformas a la ley para promover la inversión mexicana y regular la extranjera”, en Iniciativas parlamentarias…, op. cit. Tomo II, pp. 441-448.

[12] El PPS volvería a plantear esta iniciativa en las Legislaturas LII, (1982-1985) y LIII, (1985-1988) Diario de los Debates de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, de las siguientes fechas: 25 de septiembre de 1984 y 10 de diciembre de 1986. Fueron publicadas en Iniciativas parlamentarias…, op. cit. Con los títulos de “Ampliación del sector estatal de la economía” y “Ley para promover la inversión mexicana y regular la inversión extranjera”, pp. 537-545 y 641-649, respectivamente.

Keynes, sus ideas contrarias a las del intervencionismo mexicano.

Keynes, sus ideas contrarias a las del intervencionismo mexicano.

Por Cuauhtémoc Amezcua Dromundo.

Numerosos economistas y politólogos han confundido la intervención del Estado en la economía que surgió de la Revolución Mexicana –y de la que Lombardo llegara a ser su principal teórico— con la que diseñara el economista británico John Maynard Keynes, y su “estado regulador y benefactor”. Proliferan los artículos y libros que dicen equivocadamente que la política económica de Cárdenas y sus nacionalizaciones, y las que siguieron, por muchos gobiernos mexicanos más, fue la aplicación del keynesianismo en México y constituyó una simple copia de lo que hicieron los países capitalistas desarrollados en los tiempos de Roosevelt y otros gobernantes; y hay textos que hasta afirman que se trató de una imposición externa, decidida por esas mismas potencias.

Es un error generalizado atribuir a Keynes la intervención del Estado en la economía que se aplicó en México.
Es un error generalizado atribuir a Keynes (en la imagen) la intervención del Estado en la economía que se aplicó en México.

Es un error generalizado, pero inaceptable; no fue ni lo uno ni lo otro. No pudo serlo por dos razones: primera, porque la intervención del Estado en la economía en México surgió dos décadas antes de que aparecieran los primeros trabajos de Keynes sobre este tema, y segunda, porque el contenido de la primera fue distinto; más todavía, sus fines fueron opuestos, a los del intervencionismo ideado por el autor británico, como veremos más adelante.

Keynes apenas se ocupó del tema veinte años después que el Constituyente mexicano.

En efecto, como se puede comprobar, Keynes empezó a publicar sobre este asunto hasta mediados de la década de los treintas, en tanto que la base jurídica del intervencionismo mexicano quedó asentada en nuestra Constitución desde 1917.[1] De hecho, el citado economista originalmente fue partidario del liberalismo económico, y contrario, por tanto, a la intervención del Estado en la economía, y fue apenas en 1922 cuando inició su ruptura con esa línea de pensamiento, con su libro Una revisión del tratado de Versalles, rompimiento que se formalizaría con la publicación de El fin del laissez-faire, en 1926. Pero despertó el interés del mundo académico hasta 1930, cuando se publicó su Tratado del dinero.

Adam Smith, fundador de la economía clásica, junto con David Ricardo.
Adam Smith, fundador de la economía clásica, junto con David Ricardo.

Un año antes se había iniciado la traumática crisis del capitalismo mundial de 1929, que demostró en la práctica la inviabilidad histórica del régimen capitalista inspirado en las teorías del libre mercado de Adam Smith y David Ricardo[2]. Fue por entonces cuando surgió el interés de Keynes por formular una teoría económica general diferente de las concepciones de esos autores, que eran las dominantes, esfuerzo que culminó en 1936, con la publicación de su Teoría general sobre el empleo, el interés y el dinero, su obra principal[3].

Fue también el momento en que Keynes pasó a ser un economista con influencia notable en el mundo político del capitalismo desarrollado, y se convirtió en el teórico de la reforma que condujo al llamado Estado regulador -que no debería dejar la economía en manos de las fuerzas ciegas del mercado, so pena de que desembocara en crisis, como la de 1929; y que llevó asimismo al llamado Estado de bienestar, que debe redistribuir entre las masas trabajadoras parte de la riqueza generada –aligerando así sea levemente el fenómeno de la concentración- con el fin de fortalecer el mercado interno. Ambas formas de Estado, por cierto, hoy enterradas por el neoliberalismo económico en boga. Pero el hecho es que para ese momento, la Constitución mexicana estaba por cumplir veinte años de existencia, de manera que ni remotamente pudo inspirarse en las ideas keynesianas, ni copiar nada de ellas, como se ha divulgado erróneamente.

El Estado keynesiano intervendría en la economía en favor del capitalismo imperialista.

Junto con Adam Smith, los principales teóricos de la economía de libre mercado, contra las limitaciones del feudalismo.
Junto con Adam Smith, los principales teóricos de la economía de libre mercado, contra las limitaciones del feudalismo.

Pero lo más importante a precisar es que ambas concepciones, la nuestra y la de Keynes, fueron contrarias en su orientación y objetivos finales. En primer término, el teórico británico propuso la intervención del Estado en la economía como una fórmula anticrisis. Para él, la intervención del Estado sería en calidad de regulador o árbitro entre los monopolios y consorcios que para entonces ya dominaban la economía mundial, con el fin de evitar que la lucha sin cuartel acabara dañándolos a todos. Es en este sentido que se habla en el lenguaje keynesiano de un Estado regulador. Keynes consideró necesaria la intervención del Estado asimismo para financiar y subsidiar con dinero público las ramas de la economía menos rentables, y para rescatar las grandes empresas privadas en quiebra, sanearlas y devolverlas a los propietarios privados tan pronto hubieran recobrado su alta rentabilidad. Como se puede deducir, Keynes se ocupaba de los problemas que afectaban a los Estados de capitalismo desarrollado –Estados imperialistas– y les buscaba soluciones para mantenerlos saludables. Fue, por tanto, un economista al servicio del capitalismo en su etapa imperialista.

Persiguiendo objetivos estrictamente favorables a los monopolios, el Estado expropiaría ciertas empresas o ramas de la economía. Pero en ningún caso las nacionalizaría, en el sentido que Lombardo da a ese término, es decir, no las pondría al servicio de los intereses de toda la Nación, sino que, con esos actos, lo que buscaría el Estado sería beneficiar de manera particular a los dueños del gran capital. A esos rasgos característicos del keynesianismo obedece el hecho de que, en el lenguaje de la economía política marxista se le denomine capitalismo monopolista de Estado, puesto que se trata de una modalidad del capitalismo que conjunta a los monopolios y al Estado, asignando a éste, con todos sus recursos, la función de ejercer una función mediadora y reguladora al servicio de aquéllos.

Aplicó la doctrina de Keynes sobre el Estado regulador y benefactor.
Franklin D Roosevelt aplicó la doctrina de Keynes sobre el Estado regulador y benefactor.

En el ámbito de lo social, la reforma keynesiana condujo al llamado Estado de bienestar (Welfare State) que debe reconocer ciertos derechos e introducir ciertas prestaciones sociales. Con ello, se intenta redistribuir entre las masas trabajadoras una parte proporcionalmente pequeña de la riqueza generada en la sociedad, con objeto de aligerar el proceso de concentración del producto en pocas manos, pero no combatirlo ni intentar desaparecer esa tendencia que ha de seguir su marcha implacable, aunque ha de hacerlo a un ritmo ligeramente más lento.

Los países capitalistas de alto desarrollo o imperialistas, para los cuales pensó Keynes su reforma, obtienen dos ventajas al redistribuir la riqueza social de manera leve: por una parte, fortalecen su mercado interno, con lo cual alejan las crisis económicas del sistema capitalista, aunque no las eliminan; y por otra, evitan que las contradicciones sociales alcancen altos grados de agudización dentro de sus fronteras, y les generen problemas de inestabilidad y lucha a los que ahora se denomina ingobernabilidad. Al mismo tiempo, con el objeto de compensar lo que con las reformas keynesianas dejaron de percibir como ganancias rápidas dentro de sus poderosos países, los propietarios del capital imperialista intensificaron la explotación de los países dependientes sometiéndolos a formas más intensas de saqueo de sus recursos y expoliación de su fuerza de trabajo.

Más explotación y menos salarios significaron también una mayor agudización de las contradicciones sociales dentro de la periferia del sistema capitalista mundial, a cambio de la relativa estabilidad que lograron dentro de las potencias dominantes, su casa; transfirieron de esta manera a los países tercermundistas, convertidos en sus neocolonias, toda la carga de la inestabilidad social y política. Por eso, durante décadas, contrastó la relativa paz y tranquilidad interna de que gozaron las países imperialistas fronteras adentro, con las crisis y sacudidas casi permanentes que golpearon a los países dependientes, situación que empieza a cambiar apenas en nuestros días, cuando la crisis del sistema capitalista en su conjunto se ha profundizado y alcanza tales niveles de agudización que las potencias ya no pueden seguir aplicando el keynesianismo con su “Estado de bienestar” ni siquiera fronteras adentro.

La de Cárdenas, en cambio, fue una política antiimperialista, surgida de la Revolución Mexicana.
La de Lázaro Cárdenas (en la imagen), en cambio, fue una política antiimperialista, surgida de la Revolución Mexicana.

De Keynes se puede decir, en síntesis, que no fue un teórico que haya renovado al capitalismo en el sentido de eliminar sus contradicciones y, por ende, extirpar sus crisis, como quizá haya sido su aspiración y como se le quiso presentar. Tampoco fue alguien que cambiara al capitalismo en general por uno más humano en beneficio de los pueblos, de todos los países y de todas las clases sociales, como también han dicho sus panegiristas. Nada de eso. Keynes sólo aportó salidas temporales -ahora ya agotadas, por cierto-, a los problemas que enfrentaban las potencias del capitalismo central en plena fase imperialista; y como un subproducto, estimuló el surgimiento de ciertos beneficios menores para la clase trabajadora de dentro de esas potencias; sus fórmulas, sin embargo, afectaron los intereses de los países dependientes y, en particular, a su clase trabajadora.

La intervención del Estado en la economía, surgida en México, conduce a la independencia respecto del imperialismo.

Como se puede observar, las diferencias con respecto del Estado mexicano surgido de la Revolución, y de su intervencionismo económico, son ostensibles. En nuestro caso, no se trató de sacar las castañas del fuego al imperialismo, sino que al revés, los constituyentes de 1916-1917 iniciaron caminos novedosos que podrían conducir –y condujeron, de hecho, mientras fueron aplicados– hacia la emancipación económica de México. En tanto que el capitalismo monopolista de Estado keynesiano fortaleció al imperialismo, el capitalismo de Estado ajeno y opuesto al keynesianismo, en países dependientes como México, tendía a debilitarlo, a reducir su ámbito físico en el orbe y, por tanto, su poderío económico. A este respecto, siguiendo el pensamiento de Lombardo, el Partido Popular Socialista hizo este planteamiento:

El principal teórico de la intervención del Estado en la economía, con carácter antiimperialista.
Lombardo Toledano, el principal teórico de la intervención del Estado en la economía, con carácter aniimperialista.

“El capitalismo, en el escenario del mundo, hace tiempo liquidó la libre competencia y generó los monopolios; el Estado burgués dejó de ser un Estado liberal para pasar a la función monopolista de Estado. La evolución del capitalismo en México no puede sustraerse a ese proceso general, pero el origen antiimperialista del Estado mexicano caracteriza el proceso de un modo radicalmente distinto. El capitalismo de Estado se da en México como principio del desarrollo económico; en cambio, el capitalismo monopolista de Estado es la última etapa del imperialismo. El uno es punto de partida, el otro es punto de llegada a su fase final. En México, el monopolio estatal surge como la respuesta progresista a la necesidad de romper todas las trabas semifeudales y de la intervención extranjera, con el propósito de abrir cauces al desenvolvimiento de las fuerzas productivas en contrapeso a la preeminencia del capital monopolista extranjero que detiene y deforma el crecimiento normal de nuestra economía. El capitalismo monopolista de Estado yanqui frena el desarrollo de nuestras fuerzas productivas; el capitalismo de Estado en México las impulsa”.[4]

Por su parte, Vicente Lombardo Toledano precisó que:

“El capitalismo de Estado en los países imperialistas no significa… otra cosa que la liquidación de los estorbos a los grandes consorcios para que éstos mantengan su hegemonía en la vida económica, social y política de sus respectivas naciones y, también, para favorecer su política hacia el exterior. Pero en los países como el nuestro, en los países semicoloniales o subdesarrollados, como se les

Cárdenas y Lombardo en la obra de los artistas del Taller de Gráfica Popular, edición del Centro Lombardo.
Cárdenas y Lombardo en la obra de los artistas del Taller de Gráfica Popular, edición del Centro Lombardo.

llama ahora, el capitalismo de Estado representa una de las formas de la resistencia nacional, de los intereses nacionales contra el imperialismo”.[5]

Y en efecto, el Estado surgido de la Revolución empezó a intervenir en el desarrollo económico y a tomar a su cargo las principales tareas para hacer posible el progreso de México.

[1] Los primeros ensayos sobre economía de John Maynard Keynes fueron escritos poco tiempo después de que el Constituyente de Querétaro había terminado su obra, pero por entonces Keynes todavía era partidario del liberalismo económico y enemigo, por tanto, de la intervención del Estado en la economía. Además, sus primeros trabajos fueron sobre cuestiones ajenas a la que nos ocupa. En 1919 publicó Las consecuencias económicas de la paz, libro en que opina que las sanciones económicas impuestas a Alemania luego de su derrota en la Primera Guerra Mundial no impedirían el resurgimiento del militarismo en ese país, propósito que las motivó. En 1921 publicó otro libro también con tema distinto, bajo el título de Tratado sobre probabilidades.

[2] Adam Smith (1723-1790) y David Ricardo (1772-1823), fueron dos economistas ingleses considerados como los fundadores de la economía clásica. Se trató de los principales teóricos de la libertad de comercio contra las limitaciones del feudalismo.

[3] La Teoría general sobre el empleo, el interés y el dinero de Keynes fue publicada en México por el Fondo de Cultura Económica en 1938.

[4] Tesis de la VIII Asamblea Nacional del Partido Popular Socialista. Editorial Combatiente, pp. 24-25.

[5] Vicente Lombardo Toledano. “El Estado en México, sus actuales funciones y responsabilidad histórica”, en Escritos acerca de las Constituciones de México. Centro de Estudios Filosóficos, Políticos y Sociales VLT, tomo I, p. 32.

Lombardo en el debate sobre la economía de México.

Lombardo en el debate sobre la economía de México.

Por Cuauhtémoc Amezcua Dromundo.

¿Existe un camino mexicano en materia económica? ¿Un camino que sea el fruto de nuestra propia experiencia, de nuestro recorrido histórico? ¿Una vía que a la vez que corresponda al modo de producción dominante en nuestro país en la etapa actual, nos permita desarrollar nuestras fuerzas productivas y sentar bases para el ulterior avance hacia modos de producción superiores? En caso de existir, ¿en qué consiste esa senda? ¿Cómo se le definiría?

Intervenir en la economía de un modo directo, función medular del Estado mexicano surgido de la Revolución.

Es función medular del Estado mexicano la de intervenir de un modo directo en la economía, con el fn de desarrollar las fuerzas productivas nacionales con independencia...
Es función medular del Estado mexicano la de intervenir de un modo directo en la economía, con el fn de desarrollar las fuerzas productivas nacionales con independencia…

Según una corriente del pensamiento económico, de la que Vicente Lombardo Toledano es el exponente principal, sí existe ese camino, y radica en considerar como función medular del Estado mexicano la de intervenir de un modo directo en la economía, precisamente con el objetivo de desarrollar las fuerzas productivas nacionales con independencia del exterior. Quienes la forman, sustentan que en los países que llegaron tarde a la industrialización capitalista, como el nuestro y los demás de América Latina, la única perspectiva de desplegar la economía de la nación de manera cierta y consistente se da cuando el Estado interviene de modo directo como agente económico, no para anular al mercado sino para actuar en él de modo activo: en calidad de productor o empresario en las ramas estratégicas y prioritarias de la economía. Los partidarios de esta concepción sostienen además que si el Estado abandona esta función, la alternativa, que sería la de abrir las ramas más importantes de la economía al capital extranjero, en la época actual, que es la del imperialismo, pondría en peligro la viabilidad de la nación; es decir, la posibilidad de que México siga siendo un país independiente y soberano, y pueda serlo cada vez de manera más completa. Por eso, esta corriente declara que las privatizaciones dañan profundamente al país y, por tanto, las combate.

No se trata de que los partidarios de esta corriente estuvieran proponiendo que el Estado mexicano tal como existía en el siglo XX –y ni siquiera como existe hoy– asumiera o asuma la función económica propia de un Estado socialista. Pero tampoco se trata de que pretenda operar como un estado capitalista clásico, pues no lo es. Antes del arribo de los neoliberales, hace tres décadas, teníamos un Estado capitalista con particularidades que lo diferenciaban del capitalismo de libre concurrencia –que estuvo vigente en numerosos países del mundo antes de que surgiera el dominio de los monopolios y el capital financiero– y lo distinguían también del capitalismo imperialista, que existe en los países dominantes en el mundo contemporáneo. Porque el que aquí se dio ha sido y es –ahora todavía más– un capitalismo deformado y subordinado al capital imperialista. Y porque de la Revolución Mexicana, que fue un movimiento antiimperialista, de sus fuerzas más avanzadas, surgió un Estado que tenía entre sus funciones principales, de manera consecuente, la de luchar por la emancipación nacional respecto del imperialismo y promover el desarrollo de las fuerzas productivas nacionales.

Un Estado que impulsa la independencia de la economía nacional es distinto de uno capitalista clásico.

...las privatizaciones dañan profundamente al país y lo vuelven cada vez más dependiente...
…las privatizaciones dañan profundamente al país y lo vuelven cada vez más dependiente…

Las diferencias esenciales del que referimos, con respecto del Estado capitalista clásico y uno socialista, son concluyentes: En un Estado capitalista clásico, la propiedad privada es un principio supremo e intocable, y el Estado tiene la función de protegerla por encima de todo, y, por tanto, proteger a los capitalistas como clase social; el Estado está fundamentalmente a su servicio. En un Estado socialista, por su parte, la propiedad privada de los medios de producción y cambio no existe, sino la propiedad socialista, y el Estado está al servicio del proletariado. Ahora, por lo que se refiere a un Estado surgido de una revolución antimperialista, como el nuestro, sí existe la propiedad privada, se le respeta y hasta se fomenta; pero no toda la propiedad privada ni por encima de todo, sino sólo la que cumpla ciertas funciones útiles para el proyecto general de desarrollar nuestras fuerzas productivas propias y avanzar hacia la independencia económica nacional. Se trata, por tanto, de una propiedad privada que está condicionada.

En segundo lugar, en el capitalismo clásico la fuerza de trabajo es una mercancía que los propietarios de los medios de producción y cambio compran y, con ello, se apropian del plusproducto que los trabajadores generan; es decir, lo que rige al sistema es la explotación del hombre por el hombre. En el socialismo, en cambio, la distribución del producto social se ejerce de acuerdo a la fórmula “a cada quién según su trabajo”, que significa que cada miembro de la sociedad debe recibir el equivalente del valor de lo que con su trabajo aporta a la propia sociedad. En el caso del Estado mexicano surgido de nuestra revolución de inicios del siglo XX, por su parte, regían las fórmulas de distribución y apropiación que son propias del capitalismo, pero atenuadas por el Estado, al que se dio la función de intervenir económica, social y jurídicamente de manera unilateral a favor de la clase trabajadora con el fin de moderar la tendencia explotadora del capitalismo. Por mandato constitucional, no podría ser un Estado que se proclamara neutral entre las clases sociales y en los hechos sirviera a la clase explotadora, como actúan los Estados dentro del sistema capitalista clásico.

En tercer lugar, en el capitalismo clásico la economía no se planifica, sino que se rige por las llamadas leyes del mercado bajo el principio supremo de dejar hacer, dejar pasar. El Estado debe abstenerse de intervenir en la economía. En tanto que en los otros dos, el Estado socialista y el surgido de la Revolución Mexicana, la economía debe ser planificada por el Estado, aunque no de manera idéntica, en uno y otro. En el socialismo, la planificación es integral y debe abarcar todos los renglones, quizá con la excepción de los que tienen un carácter marginal. Y en un Estado como el nuestro, la planificación traza lineamientos generales válidos y obligatorios para todos, pero al sector estatal de la economía le fija mecanismos rígidos, y al capital privado, flexibles.

El debate sobre la economía nacional, ¿Estado o mercado?

De la Revolución Mexicana surgió un Estado que tenía entre sus funciones principales la de luchar por la emancipación nacional respecto del imperialismo y promover el desarrollo de las fuerzas productivas nacionales...
De la Revolución Mexicana surgió un Estado que tenía entre sus funciones principales la de luchar por la emancipación nacional respecto del imperialismo y promover el desarrollo de las fuerzas productivas nacionales…

Pero frente a ésta concepción sobre el camino para el desarrollo económico de México, sus opositores sostienen, como un principio de carácter general, la tesis de que la responsabilidad fundamental en el campo de la economía corresponde al mercado, como ocurría en los tiempos idos del capitalismo de libre cambio. Aducen que el Estado no debe participar en la economía, o debe hacerlo lo menos que sea posible –conceden– subordinándose en todos los casos a los intereses y directrices del mercado. Dicen que lo deseable es que sus funciones se reduzcan a establecer las normas y a vigilar su cumplimiento desde afuera. Añaden que si el Estado va más allá de esos límites, entorpece y pervierte a las leyes del mercado, y que esto trae a la postre funestos resultados. Estas cuestiones las consideran válidas para todos los Estados del mundo contemporáneo, sin distinción de grados de desarrollo de sus fuerzas productivas, condición de posible dependencia o independencia y soberanía económica o de cualquier otra índole. Insistiendo en sus opiniones, descalifican a los partidarios de la intervención del Estado en la economía; declaran que sus argumentos están superados y que el libre mercado ya emergió vencedor, en nuestros días. Lombardo los denunció:

Contra la ruta que México eligió, se levantan los partidarios de la llamada ‘libre empresa’, afirmando que la prosperidad alcanzada por las naciones más desarrolladas, se debe al esfuerzo de sus hombres de negocios, nunca interferido por el poder público, y nos aconsejan que imitemos su ejemplo… Pero parten de la ocultación de un hecho fundamental: la evolución histórica de México es diferente a la de Estados Unidos y las naciones altamente industrializadas de otros continentes, a tal grado que sin la Revolución… nuestro país sería hoy una colonia del extranjero con el título de Nación soberana”.[1]

Los hechos, en efecto, desmienten la pretensión de los propagandistas del que han llamado “libre mercado”. No existe país tercermundista alguno que ese camino pueda ser presentado como ejemplo que avale el éxito de ese tipo de economía. Ninguno que, sin intervención estatal, haya conseguido o esté logrando resultados en los aspectos medulares, como éstos:

  1. Un crecimiento significativo y sostenido, sin caídas. (Eficacia económica)
  2. El fortalecimiento de su mercado interno. (Desarrollo sin dependencia)
  3. Un creciente bienestar de la población en su conjunto. (Democracia social)
  4. Una distribución equitativa del producto. (Democracia económica)
  5. La edificación de una economía nacional. (Desarrollo con independencia)

Los regímenes de intervencionismo estatal han aportado mejores resultados en todos estos aspectos. México no es la excepción. Está comprobado que el Estado neoliberal no ha logrado equipararse al que le antecedió en México en ninguno de los indicadores señalados, ni ha alcanzado sus logros.[2]

[1] Vicente Lombardo Toledano. “Iniciativa para adicionar la Constitución…”, op. cit. Los subsecuentes datos y citas textuales corresponden a la misma fuente, a menos que se cite específicamente una distinta.

[2] Por ejemplo, Armando Labra Manjarrez publicó un estudio comparativo de los resultados económicos y sociales de cuatro sexenios muy representativos de una y otra concepción en materia económica, libre mercado e intervención del Estado. Por un lado, los doce años de Luis Echeverría y José López Portillo; por otro, los doce correspondientes a Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari. De acuerdo con este estudio, en tanto el Producto Interno Bruto (PIB) creció a un promedio anual del 6.2%, en el periodo Echeverría-López Portillo, en la fase De la Madrid-Salinas apenas alcanzó el 1.6% anual promedio. Más notable todavía es el contraste en el caso del PIB per cápita que pasó, de un crecimiento anual del 3.2%, a una disminución del 0.3%. El salario mínimo, que es un indicador básico, por lo que se refiere al bienestar de la población, “registró un decrecimiento anual de 1% entre 1971 y 1982 y de casi 7% entre 1983 y 1994, significando una caída acumulada de poco más de 80% en los doce años… (de los partidarios del libre mercado) De tal forma, el poder adquisitivo del salario hoy es menos de la mitad del existente a principios de los ochentas”, dice el autor citado. Y aporta un dato más: el tipo de  cambio  (peso  por  dólar)  pasó  de 20.9 a 1,873.6 (viejos pesos) Armando Labra Manjarrez. “¿Apostar de nuevo al neoliberalismo? Análisis de los últimos cuatro sexenios”. Ensayo publicado en la revista Macroeconomía, marzo 16 de 1995, año 2, No. 20, pp. 14-18.

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